Borges y yo
Para ir al centro, comúnmente dejo el automóvil en las afueras y tomo el subterráneo. Un par de veces lo vi al cruzar con otro subterráneo y entonces comencé a prestar atención, la tercera vez que lo vi había bajado en una estación pero después no recordé el nombre de ella. La cuarta vez, lo vi bajar en la estación Independencia. Calculando que las diferencias de horarios eran mínimas, supuse que si a determinada hora me sentaba en la citada estación al cavo de varios subterráneos me toparía con él. A lo sumo tendría que esperar 10. Y el plan dio resultado. Cuando se abrieron las puertas corredizas casi me topé frente a frente con Borges.
Jorge Luis-le pregunté.
Si- me respondió mirando hacia todos lados para ver si alguno más había reparado en su presencia.
Si no lo toma a mal quisiera hacerle unas preguntas. Tal vez si las hacemos mientras caminamos no le quite mayor tiempo. Yo también soy escritor pero ni por asomo se me ocurriría compararme con usted, aunque en varias oportunidades he quedado atrapado en su biblioteca infinita y he transitado por los senderos que se bifurcan y he asistido al enfrentamiento de ajedrez entre los enemigos. En fin, a veces no se si cuando estoy en el universo borgiano es la realidad o cuando me duermo en él y despierto en este, me hallo entonces en un universo ilusorio, gris, monótono y predecible. Algunos me han tratado de explicar que este es el universo real y que el suyo es el ilusorio. Y yo les digo que este es el ilusorio porque en este me encuentro con usted Borges y usted es real, tangible, corpóreo. No se equivoca- me respondió- este universo es Buenos Aires y en él pueden existir duendecillos en un azulejo que le puede ganar a la muerte y la otra vez me crucé con Gardel que todavía concurre al Instituto del Quemado para que le hagan las curaciones del rostro del último accidente de avión que tuvo. En fin, yo también estoy vivo porque hemos descubierto el secreto de la inmortalidad que es dejar una obra detrás de sí que nos justifique.
Mientras caminábamos veía los carteles de las calles que me decían Tacuarí, Chile, México.
Mi pregunta, si usted no lo toma a mal, es por qué escribía cuentos fantásticos y muy pocas veces toco el tema del amor.
Mirá- me dijo en su tono balbuceante y mientras con su bastón trataba de compensar su déficit visual. Estamos caminando en círculos, le advertí- la vida y el tiempo son circulares, entonces cuando caminás en circulo en realidad estas caminando en línea recta en la curvatura de un Universo. El tema es simple- me dijo mientras adoptaba una posición más erguida y tono catedrático- la gente piensa que la única literatura que es ficticia es la fantástica y que el resto es toda realidad disfrazada por la historia del cuento. Ni que hablar cuando intervienen los psicólogos que tratan de analizar lo que quiso decir el escritor y que oscuros puntos de su vida están tratando de emerger en cada frase. A los cuentos no hay que analizarlos, hay que disfrutarlos. Una vez escribí
Buenos Aires 21-8-07