Sueño que caigo

 

 

 

 

 

Cuando era chico me gustaba recordar, a las mañanas, lo que había soñado durante la noche. Generalmente soñaba con cosas interesantes, historias que podía reconstruir y seguir una trama. En muy contadas oportunidades, hasta incluso se continuaban de una noche a otra. Una noche tuve un sueño terrorífico, de esos que te hacen continuar asustados aun cuando estás despierto. Cada vez que lo recuerdo, en la actualidad, sé que  es una tontería; pero aun hoy siento escalofrío. Tuve un par de pesadillas más pero, con el tiempo, conseguí dominar la situación. Cada vez que tenía una pesadilla, aun en el propio sueño, tenía conciencia que era una pesadilla. Más tarde, y a medida que cumplía años como soñador, aprendí a dominar los sueños; es decir que no solo era consiente que se trataba de un sueño sino que también, si resultaba muy traumático, tenía la voluntad de poderme despertar. Pasé años soñando cosas agradables pero cuando no lo eran, podía despertarme a voluntad, y si no me despertaba, por lo menos sabía con certeza que se trataba de un sueño.

 

 

Una vez soñé que iba por un largo y angosto pasillo. Caminaba con seguridad aunque a cada lado sabía que había un abismo que se prolongaba en la oscuridad de la nada. De repente caía, lo que me resultaba angustiante. Como otras veces, me despertaba pensando que había tenido un sueño que me había asustado. Muchas veces se repitió ese sueño y en incontables oportunidades caí por el abismo que había a cada lado de ese angosto pasillo. Muchas veces, también, al llegar a determinados minutos de caída; sentía la angustia de toda pesadilla. Entonces todo funcionaba bien. Sabía que estaba en un sueño, no me angustiaba más que lo normal y a voluntad, me despertaba. Todo estaba bien: no me angustiaba, dormía bien y a la mañana siguiente, estaba descansado para seguir con el trabajo. Todo estaba bien hasta que un día me pregunté: ¿Me angustia la caída? O ¿me angustia lo que puedo encontrar abajo?

 

 

Entonces decidí. Puedo dominar el sueño para despertarme, por lo tanto, también puedo dominarlo para seguir hasta el final. Decidí seguir hasta el final, hasta donde jamás me había atrevido a descender.

 

 

El tema no fue tan fácil como lo describo en este relato. Pasaron muchos años, tal vez décadas, hasta que se repitió uno de esos sueños en el que caía por el costado de ese angosto pasillo. Esta vez me detuve a observar todos los detalles. El pasillo era como si se tratara de un paredón de aproximadamente treinta centímetros de ancho y por el borde superior que era de color blanco o tenue crema, era por donde caminaba. No era totalmente recto sino que se extendía hacia adelante y atrás mío en una sutil ondulación como una ese itálica. A los costados, la superficie de color oscuro casi negro descendía hasta las profundidades sin percibirse más allá del metro y medio o dos.

 

 

Como había dicho comencé a soñar de chico y cuando se repitió el sueño ya era adulto. Tal vez había pasado más de una década. Lo curioso de los sueños y, a veces, de la vida real es que te parece que solo pasaron unos instantes y en realidad pasaron años. O en realidad, los sueños y la vida real se contraponen. En la vida real pasaron años y te parece que fue un instante. Y en los sueños, un instante te parece varios años.

 

 

En ese instante tomé la decisión, que en tantas noches había planificado, no intentaría despertarme sino que seguiría hasta el final para averiguar qué es lo que hay en el fondo. En una de esas, la caída me mataría; pero como se trataba de un sueño, tenía la certeza que no me afectaría. La única duda que me atormentaba era que si estaba muerto en el sueño, podría conjeturar con lo que pasaba o, si estaba muerto, podría tener la voluntad de despertarme. No lo sabía, nunca me había muerto en un sueño, siempre me había despertado antes.

 

 

Si alguna vez se han tirado de un avión, saben que el instante antes que se abra el paracaídas es hermoso, uno realmente tiene la sensación que puede volar. Uno puede abrir los brazos y las piernas y ofrecer la panza al viento y frenar la caída porque embolsa el viento o puede hacer picada al juntar los brazos al cuerpo, juntar las piernas entre si y orientar la cabeza en dirección a la tierra con lo que se consigue aumentar la velocidad de caída. Esta es la posición que adopté. No quería retrasarme en la caída, mi ansiedad hacía que quisiera que todo fuera más rápido.

 

 

En medio del viaje (o de la caída) me acordé de algunos cuentos de Cortázar o de Borges en los que el personaje cree que está soñando y en realidad es cuando está despierto. ¿Y si en realidad estoy despierto y creo que estoy soñando? Espero que no, porque entonces no vería lo que hay abajo sino que la caída sería trágica.

 

 

Contrariamente a lo que supondrán e incluso yo supuse, no me estrellé en el fondo del abismo y mucho menos fue de cabeza. En el sueño (¿o era la realidad?), la velocidad iba descendiendo, como si algo me frenara. Casi me detuve en el aire, giré sobre mí mismo y, sutilmente, asenté mis pies sobre un inexistente piso. Todo era oscuro, la sensación era de estar en un recinto infinito, sin paredes, pero de asfixiante estrechez.  Pese a que podía caminar con firmeza, en mis pies no se sentía el contacto con alguna superficie. No había olor a nada, el clima era agradable más bien tirando a fresco. La duda era si debía esperar a que los acontecimientos me sorprendieran o era yo el que debía moverme para ir en su búsqueda. Supuse que la respuesta correcta, como siempre, era la más simple. Decidí ir yo en busca de lo que había en esa profundidad.

 

 

Anduve y anduve y anduve. Creo que por varias horas o tal vez varios años. Sí, no es de extrañar; creo haber dicho que en los sueños el tiempo no transcurre de la misma forma que en la vigilia. Tal vez unos minutos durante la noche para mí fueron 10 años de vida. Caminando por esa oscura inmensidad, me di cuenta de lo que ocurría: no encontraba nada porque no esperaba encontrar nada. Entonces llevé a cabo el plan que había pensado, comencé a caminar pensando que iba a encontrar algo. Y a los pocos pasos sucedió, encontré algo. Sentada en el piso había una nena de aproximadamente 6 años, estaba mirando hacia el piso. Cuando me acerqué, me miró fijamente a los ojos. No estaba llorando pero tenía ojos de haberlo estado. Parecía que había llorado durante los últimos 45 años. No la conocía sin embargo su rostro me parecía familiar. Me acerqué más, seguía sin recordarla. Hasta que habló y me dijo: ¿no te acordás? Soy la hormiguita…o, era la hormiguita. Entonces caí en la cuenta. No me acuerdo como se llamaba, pero yo siempre le dije: la hormiguita y en algunas veces, la hormiguita atómica. Automáticamente, ni bien mi cerebro registró y trajo al presente la memoria de aquella chica, solo atiné a decir “perdoname” y casi instantáneamente me respondió: ya no hace falta. Ha  pasado tanto tiempo y lo hecho, hecho está. Volvió a mirar hacia el piso y se quedó en silencio. Me alejé de aquel sitio en silencio y mirando al inexistente piso. Al principio no la había conocido ¡había pasado tanto tiempo!

 

 

Unos pasos más allá me encontré con un muchacho de aproximadamente 25 años, también estaba sentado en el piso y mirando hacia abajo. Cuando levantó la mirada hacia mí se lo veía como cansado, tal vez enfermo. De él me acordaba un poco más solo que los tiempos se me borraban. Creo haber dicho que en la vigilia, los tiempos transcurren de otra forma. Un cuarto de siglo parece solo un instante. Tenía sus ojos mansos como preocupados y con gestos de haber llorado por más de 27 años. Solo me dijo: yo soy el que dejaste pedaleando en el aire. Y también me alejé; había intentado decirle perdóname pero no me salió palabra alguna.

 

 

Y seguí caminando y encontrándome con diferentes personas y todas habían tenido algo que ver en mi vida. Y estaban en una situación de final sin retorno y yo a su vez había tenido que decirles algo en su momento y no lo dije. Y ahora después de tanto tiempo transcurrido quería decir algo y no me dejaban. Sería porque era demasiado tarde o porque ellos ya lo habían entendido mucho tiempo antes que yo. Tenía una compañera en primer grado que la jodía diciéndole la hormiguita porque era chiquita y morochita y a ella no le gustaba en absoluto y yo seguía repitiendo porque me parecía divertido. En ese momento no me daba cuenta, creía que la vida era como en los programas de televisión donde para ser graciosos, unos cargan a otros y se ríen de sus defectos físicos. Y entonces faltó al colegio, me enteré al segundo día que había tenido un accidente de tránsito; un colectivo perdió la dirección y se subió a la vereda y atrapó a una chica contra los hierros de una pasarela. Entonces siempre quise a ir a visitarla al hospital pero nunca les pude decir a mis padres el sentimiento de culpa que me embargaba. Cuando finalmente les pude decir, me dijeron que ya había fallecido. Tenía otro compañero de estudios que un día quiso competir conmigo por la jefatura y yo no quería competir porque no me interesaba. En lugar de decírselo, lo dejé que compitiera solo sin avisarle y que quedara en ridículo compitiendo solo. Más tarde cuando quise decirle que lo dejé pedaleando en el aire para que hiciera el ridículo y de paso preguntarle por qué había querido competir si siempre nos habíamos llevado bien, me enteré que había fallecido de una grave enfermedad.

 

 

Y así seguí caminando y encontrándome con muchas personas que habían pasado por mi vida y no les dije en su momento lo que les tenía que decir, pensaba que era más civilizado, y con el tiempo me di cuenta que era cobardía. Luego de haber entendido lo que no fue, y teniendo en cuenta que había dado vueltas en círculos, llegué de nuevo junto a una gran muralla. En todo caso así parecía vista desde abajo. En realidad era la famosa cornisa que tanto me había seguido en los sueños solo que ahora la estaba viendo desde abajo. Entonces surgió la gran duda ¿Cómo subo por ella para llegar a la cima? O en todo caso, si se trata de un sueño puedo despertarme a voluntad como lo he hecho otras veces… y me levantaré en la mañana y me ducharé y me iré a trabajar como todos los días. Pero no sucedió. Pasó mucho tiempo y yo seguía en esa oscura inmensidad. No me hice grandes problemas porque pensé que en realidad transcurrieron solo apenas unos minutos. En algún momento pensé que en la mayoría de los sueños me despertaba a voluntad pero solo cuando la situación me angustiaba y no era el caso  actual.

 

 

Entonces en el medio de la inmensidad percibí que se me acercaba gente. No los puede distinguir en la penumbra. Me parecieron que eran muchos. En un momento se detuvieron y los sentí junto a mí. Me dijeron en vos baja pero que resonó por multiplicarse por miles: nosotros también te queríamos decir perdoname… antes que fuera demasiado tarde.

 

 

CABA 11-11-11