Cuento o Novela

 

 

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Caballo de Ajedrez

 

 

 

 





CABALLO DE AJEDREZ

 

 



 

 

Este libro trata de ser una novela. La mayoría de las veces traté de escribir una novela pero solo terminé haciendo un cuento largo.

 

 

Siempre tuve la duda si estaba escribiendo una novela corta o un cuento largo. Muchos análisis llegaron a la conclusión que escribía cuentos largos por el desarrollo de las historias. La estructura siempre fue la novela.

 

 

En los últimos tiempos me dediqué a reescribir cuentos que había escrito en el año 70 (creo que mi momento más creativo) luego esos cuentos los he ido perdiendo en diferentes circunstancias, y finalmente un día dije: ya que no se me ocurrieron temas nuevos para escribir, porque no trato de volver a escribir sobre lo mismo pero con la actualización como si sucediera 40 años después. Hace poco poco terminé de escribir de nuevo "La vida y las combinaciones de Letras" donde encontré con la curiosa diferencia que en aquella época no existían los celulares, que era estudiante de la secundaria e imaginaba un futuro donde era cirujano ortopedista y en esta nueva escribirme podría ser en realidad era un traumatólogo que también podría escribir con una computadora, tan común en esta época pero que en esos años solo podríamos imaginarnos. También había decidido cambiar las ruinas de Europa por otras ruinas más cercanas en este continente. En ese gran cuento estaba incluido este como pequeño cuento. Decidí dejarlo de lado porque creí que tenía un buen tema que podría ser desarrollado de manera más importante que en apenas 20 páginas. Alguna vez alguien casi ciego y balbuceante, yo había enseñado que en pocas hojas se podría escribir una gran obra con palabras precisas sin necesidad de gastar palabras inútiles. Yo no me siento capaz de imitarlo aunque trato. Tal vez el tema central de este relato lo recuerden desarrollado en aquella finca de Trieste Le Rua. Borges dijo que se había pasado toda la vida escribiendo el mismo cuento. Tal vez yo me pase toda mi vida reescribiendo el mismo cuento. En ese gran cuento estaba incluido este como pequeño cuento. Decidí dejarlo de lado porque creí que tenía un buen tema que podría ser desarrollado de manera más importante que en apenas 20 páginas. Alguna vez alguien casi ciego y balbuceante, yo había enseñado que en pocas hojas se podría escribir una gran obra con palabras precisas sin necesidad de gastar palabras inútiles. Yo no me siento capaz de imitarlo aunque trato. Tal vez el tema central de este relato lo recuerden desarrollado en aquella finca de Trieste Le Rua. Borges dijo que se había pasado toda la vida escribiendo el mismo cuento. Tal vez yo me pase toda mi vida reescribiendo el mismo cuento. En ese gran cuento estaba incluido este como pequeño cuento. Decidí dejarlo de lado porque creí que tenía un buen tema que podría ser desarrollado de manera más importante que en apenas 20 páginas. Alguna vez alguien casi ciego y balbuceante, yo había enseñado que en pocas hojas se podría escribir una gran obra con palabras precisas sin necesidad de gastar palabras inútiles. Yo no me siento capaz de imitarlo aunque trato. Tal vez el tema central de este relato lo recuerden desarrollado en aquella finca de Trieste Le Rua. Borges dijo que se había pasado toda la vida escribiendo el mismo cuento. Tal vez yo me pase toda mi vida reescribiendo el mismo cuento. Alguna vez alguien casi ciego y balbuceante, yo había enseñado que en pocas hojas se podría escribir una gran obra con palabras precisas sin necesidad de gastar palabras inútiles. Yo no me siento capaz de imitarlo aunque trato. Tal vez el tema central de este relato lo recuerden desarrollado en aquella finca de Trieste Le Rua. Borges dijo que se había pasado toda la vida escribiendo el mismo cuento. Tal vez yo me pase toda mi vida reescribiendo el mismo cuento. Alguna vez alguien casi ciego y balbuceante, yo había enseñado que en pocas hojas se podría escribir una gran obra con palabras precisas sin necesidad de gastar palabras inútiles. Yo no me siento capaz de imitarlo aunque trato. Tal vez el tema central de este relato lo recuerden desarrollado en aquella finca de Trieste Le Rua. Borges dijo que se había pasado toda la vida escribiendo el mismo cuento. Tal vez yo me pase toda mi vida reescribiendo el mismo cuento. Borges dijo que se había pasado toda la vida escribiendo el mismo cuento. Tal vez yo me pase toda mi vida reescribiendo el mismo cuento. Borges dijo que se había pasado toda la vida escribiendo el mismo cuento. Tal vez yo me pase toda mi vida reescribiendo el mismo cuento.

 

 

Cortázar era también un escritor fantástico que mezclaba la realidad con la fantasía o hizo que la fantasía transcurriera en situaciones reales. Tal vez ya tenga intuición de que trata este libro que intento que sea una novela aunque, tal vez como siempre, termine siendo un cuento largo.

 

 

Tal vez para entender lo que sucede en este libro tendrían que haber leído el libro Rayuela, el libro Ficciones, haber visto la película Moebius, haber visto Madame Butterfly y escuchado un par de Arias. Pensándolo bien, si han hecho todo esto, no vale la pena leer este libro.

 

 

 

 

 




Es innecesario pero exactamente explicar que los caballos son una pieza de ajedrez con un desplazamiento muy particular ya que no lo hace como el resto de las piezas, avanza hacia un lado o hacia varios lados pero siempre en línea recta. El caballo es el único que tiene un desplazamiento combinado que no avanza directamente sino dos casilleros consecutivos y uno lateral.

 

 

Siempre me causó gracia numerar los capítulos en un libro en lugar de simplemente separarlos pero sin numeración. Es lógico saber que después del capítulo 1 viene el capítulo dos y luego el 3 y así sucesivamente hasta el final del libro. Uno de los pocos libros que tiene sentido numerarlos es en Rayuela ya que es el principio hay un plano de cómo podemos leer el libro de dos maneras diferentes.

 

 

Este libro es más modos y solo tiene una forma de ser leído. Queda en ustedes descubrir la extraña numeración de los capítulos.

 

 

El otro tema a resolver es el porqué del cambio del viajero con el otro personaje europeo: Pier Fournier.

 

 




1

 

 

La gran ciudad, vista desde arriba parece ordenada. Descendemos unos metros y ya se comienza a vislumbrar cierto desorden. Cuando estamos casi cerca del nivel de las calles, nos damos cuenta que es un caos.

 

 

Básicamente, la ciudad se divide por dos calles importantes. Por un lado la ancha Avenida, divide el microcentro del resto de la ciudad. Por otro lado la larga Avenida divide la ciudad en norte y sur.

 

 

La ciudad está compuesta por millas de unidades funcionales (antes se les llamaba casas, hogares, etc.) que albergan a millones de habitantes. Sin embargo cuando más nos acercamos al ras del piso, anunciamos que muchos de esos habitantes no cuentan con esas unidades funcionales. Ellos son los que contestan en forma exacta la pregunta ¿en qué calle vivís?

 

 

Vivir en la zona de grandes edificios tiene su ventaja, el sol no nos da de lleno en la cara hasta que no está bien alto a la media mañana. Por otro lado es la hora en que comienza a haber movimiento en los bancos. El viajero abrió los ojos y vio que todo seguía en su lugar como la noche anterior.

 

 

Inscríbase prolijamente la frazada que hizo de colchón junto con la que cubría y protegía del frio, tenía la suerte que estaba dentro de esa cabina del cajero automático no hacia el frio que hacía la intemperie en la calle. Revisó por última vez para estar seguro que no se olvidaba nada de lo poco que tenía, se cargó todo en los hombros y salió a la calle. Durante unos instantes sostuvo la puerta para permitir que otra persona ingresara al cajero automático. Durante unos instantes se miraron a los ojos como si se conocieran. Durante unos instantes, se quedó pensando por qué le pareció conocido un sujeto al que había visto.

 

 

El fresco de la mañana lo trajo a la realidad; dejó las frazadas al quiosquero de la esquina y perdió con un morral atravesado en el pecho hacia el lado derecho. Caminó hacia el sur de la ciudad por la gran Avenida de varios carriles. En el fondo se encuentra una gran estación de ferrocarril.

 

 


5 5

 

 

El hombre realizó una operación dentro del cajero automático del banco que se encuentra en la esquina del Boulevard Saint Germain y la Rue Bonaparte. Le había llamado la atención la cara del hombre que saliera de él y le mantuviera por los instantes la puerta abierta para que entrara. Le había cara cara, aunque estaba seguro que jamás lo había visto. Mientras caminaba por Saint Germain rumbo a la Rue de Seine, Pier Fournier pensó que tal vez podría hacer un atajo por la Rue de l´Echaudé. La primera cuadra era larga, lo que le permite pensar sin tener que distraerse a prestar atención para cruzar una calle. Pensó que desde hace 50 años todo era igual, siempre se cruzaba con Oliveira en la intersección de Rue de Seine y Quai de Conti. Después de una larga caminata, se volvía a encontrar con Oliveira cada vez que un lector llegase a esa página. Faltaba una cuadra, entonces reaccionó improvisar, dobló por Rue de Jacob hasta Seine y en lugar de la izquierda dobló hacia la derecha en contramano al sentido de circulación. Total iba de un pastel. Hizo una cuadra y dobló hacia la izquierda por Rue de Bucci. Siempre le llamaba la atención la infinidad de motos que había estacionado hacia su izquierda antes de llegar al bar du Marché donde varias tardes disfruta de un rico café leyendo algunos de sus manuscritos que alguna vez conformaron un libro, su obra póstuma. Este pasaje es tan estrecho que a los efectos prácticos es una peatonal. Al llegar al café Le Buci, tenía hacia su derecha en la Rue de l´ancianne Comédie; y hacia la izquierda la bifurcación de la Rue Dauphine y la Rue Mazarine al final de esta había un edificio a la derecha que parecía un monasterio ya la izquierda una pequeña plaza donde la calle se desviaba en una curva para unirse a la Rue de Seine donde te topás con una galería y una librería. En esa intercepción miró hacia todos los lados no quería volverse a cruzar con Oliveira como lo había hecho infinidad de veces en los últimos cincuenta años. Caminó apurado hasta que llegó al muelle de Conti. Se paró de espaldas a la Basílica entonces quedó ante su vista el puente des Arts. Subió cuatro escalones, un descanso y luego cinco escalones más para llegar al puente propiamente dicho. En el medio, recostada en la baranda hacia la izquierda, estaba aquella muchacha delgada que había encontrado en la misma posición durante los últimos cincuenta años. Nunca se había detenido porque suponía que siempre estaba apurado para no llegar a ninguna parte. Decidió cambiar la rutina y se paró junto a ella, no tan cerca para no incomodarla, miró hacia abajo y viola el agua, algunas lanchas que transportan personas amarradas en el muelle más cercano y algunos autos estacionados en la estrecha vereda junto al río. No entendió qué podría ser tan interesante para contemplarlo durante tantos años. Siguió su camino hasta la otra orilla del Río. No entendió qué podría ser tan interesante para contemplarlo durante tantos años. Siguió su camino hasta la otra orilla del Río. No entendió qué podría ser tan interesante para contemplarlo durante tantos años. Siguió su camino hasta la otra orilla del Río.

 

 


3

 

 

El viajero camina por la ancha Avenida rumbo a la estación de Ferrocarril. Iba haciendo tiempo para no llegar tan temprano. Mientras tanto iba contando las monedas que había recaudado en el día anterior. Miraba las vidrieras y las personas. Mientras tanto iba a planificar la estrategia para el resto del día que se iniciaba. La estrategia era comerse un choripán bien condimentado con chimichurri picante. La estrategia de este bocado era lo picante después de lo obligado a tomar mucho líquido con lo cual le llenaba más la panza. Mientras caminaba, iba mirando a su alrededor la gente que pasaba apurada. Todos parecían tener cara de no pensar en nada (y en realidad no pensaban en nada) Con el tiempo, el viajero había aprendido al estudiar los comportamientos de la gente, que solo se disfruta de la vida en los cortos instantes en que no estamos trabajando, ni en reuniones de amigos, ni mirando televisión. El resto del tiempo estamos preocupados por cuando termina el trabajo y que nos salga bien, cuando termina la reunión y lo que bebimos no nos caiga mal, cuando termina todas las temporadas de la serie y que logremos entenderla. ¿Pero solos con nosotros mismos, cuántos minutos les dedicamos por día? Cuantas veces por día uno se plantea nuestro fin como individuos sobre este planeta. El viajero se lo había planteado infinidad de días y había llegado a la conclusión de que estamos en esta vida para nada. O lo que es peor pensar que vamos en busca de la felicidad y que, cuando alcancemos, seremos felices y en realidad no nos damos cuenta de la felicidad tenemos que buscarla en el camino, en la planificación del recorrido que nos llevará hasta la supuesta felicidad. Es disfrutar de un largo viaje no cuando llegamos, sino cuando cerramos la puerta de casa y nos subimos al vehículo cargado.

 

 

Hizo un alto en sus pensamientos, recordó que una cuadra más adelante, había otro cajero automático donde habitaba un conocido. Cruzó la casi cuadra hasta la vereda contraria. Para evitar encontrarlo de frente y tener que dialogar con él. Como el viajero decía: no se lo bancaba, todo el día pensando en que tendría que laburar. El viajero no tenía problema con los que todos los días laburaban, es más, los admiraba. Tenía problema con los que, como su conocido, todos los días insistían con que tenía que trabajar pero nunca lo hacía. Nunca tenés que decir o prometer nada; o te levantás todos los días para trabajar o no trabajas ningún día pero no prometés nada. Entonces le vino a la memoria otro conocido que vivía en una pensión dos cuadras más hacia el bajo, un día sin decir nada pensó que era más trabajo vivir sin trabajar y se dedicó a vender fotocopiadoras. Un par de veces también pensó que tenía que trabajar pero lo descartó totalmente en nombre de la libertad. Él se pasaba todo el día consiguiendo monedas para pagar la comida que consumía en el día y, en la mañana siguiente, empezar todo de nuevo. Muy de vez en cuando, conseguía más de lo calculado y entonces esa noche lo pasaba en una pensión donde dormía con sabanas limpias y podía bañarse y afeitarse.

 

 

La iglesia que se hallaba atravesada en el medio de la amplia avenida, cada vez se hacía más grande y la gran plaza podía verse en su totalidad. En ella había todavía más actividad que en la avenida. Colectivos y gente que iban y venían. Había varios quioscos que vendían choripanes. El viajero los había probado todos. Siempre prefería los más grasosos. Mientras comía se sentó en uno de los bancos de la plaza. Contemplaba el paso acelerado de la gente. Le gustaba mirar el paso de las mujeres y tratar de adivinar a que se dedicaban: algunas parecían administrativas; otras profesionales y algunas artistas. Había un canal de televisión en las cercanías y algunas atravesaban la plaza a pie. Siempre seguía con la mirada las más llamativas. También hay mujeres en condición de calle pero el viajero no reparaba en ellas, quería a las otras, las que olían a perfume y no tenían ninguna arruga en la camisa. Alguna vez conversando con otro conocido que venía de más al sur, del otro lado del puente, le dijo la siguiente frase que jamás pudo entender: ¿Hasta adonde alcanzás? El viajero le contestó mido un metro setenta, con los brazos levantados llego hasta los dos metros diez. No me entendiste, le contestó, no llegas más alto que ochenta y cinco centímetros y no debes olvidarlo. En las largas noches de insomnio, el viajero, intentó dilucidar a que se refería pero nunca lo logró interpretar.

 

 

Terminó de consumir su choripán y se limpió la boca con el reverso de la mano derecha. Cruzó la calle y entró en la estación del ferrocarril. Fue al baño, se lavó las manos y entre las dos formó un recipiente con el que bebió largamente. Con el resto de agua que le quedaba en las manos se la pasó sobre la cara y sobre todo se refrescó los ojos. Usó varias toallas descartables para secarse y se guardó tres más en el bolsillo trasero del pantalón. A la salida dejó una moneda sobre la mesa del que limpiaba los baños.

 

 

A la salida, el sol estaba lo suficiente alto. Debía comenzar con su tarea diaria. Hay acuerdos tácitos entre los recorridos que hacen las diferentes personas en los medios de transporte, los que lavan parabrisas y los cuida coches para que no haya superposición. Incluso dentro de los trenes, no entra el vendedor de alfajores hasta que no haya salido del vagón el que vende gaseosas o linternas sin pilas. A él le tocaba el recorrido del Ferrocarril Sarmiento entre Once y Merlo.

 

 

Comenzó a caminar por la ciudad hasta encontrar la larga calle y dobló hacia la izquierda rumbo al oeste.

 

 


6

 

 

Luego de cruzar el puente de las Artes y seguir por el Quai dobló hacia la izquierda rumbo al norte por el Boulevard Sebastopol para ir hacia el lado de Le Marais. No quería seguir caminando por Sebastopol aunque conocía un lugar que preparaba muy ricas salchichas porque temía encontrar una Oliveira que también gustaba de comer salchichas en esa zona. Conocía otro barcito que también tenía ricas salchichas calientes a mitad de camino hacia la plaza de los Vosgues. Compuesto por dos y seguido camino, se envió en uno de los bancos de la plaza. Mientras comía seguía intrigado por la persona que había visto en el Cajero Automático. Estaba seguro que no lo conocía; sin embargo su rostro le resultaba conocido, familiar. Por un momento determinado dedicarse a su trabajo. Cuando era más joven, lo conocían como el viajero debido a la debilidad que tenía de recorrer la ciudad tratando de no repetir muchas veces el mismo itinerario. En esa época se usaba la bohemia, quedaba bien. Él se dedica a caminar por todos los lados levantando del piso todo alambre, envases metálicos y vidrios de color. Con ellos elaboraba todo tipo de objetos decorativos. Sabía combinar los movimientos con los reflejos de la luz y el sonido del tintineo al chocar entre las diferentes piezas metálicas. Con el tiempo la "empresa" se fue agrandando y tuvo que contratar a dos trabajadores más. Con el tiempo tuvo que dejar de trabajar en contacto directo con los materiales y dedicar pura y exclusivamente al diseño. A él no le gustaba hacer dibujos en papel sino tocar los alambres y chapitas con los que iba a hacer otro producto que los jerarquizara. Pero ... bueno ... la ley del mercado es así. Se limpió la boca con el revés de la mano derecha y luego sacó una de las toallas descartables que siempre llevaba en el bolsillo trasero del pantalón. Luego de esto la emprendió con la segunda salchicha. Por un momento se le pensaría si dos salchichas eran equivalentes a un choripán. Luego de terminar con el segundo de los panchos llegó a la conclusión que, si bien desde el punto de vista del estómago, eran lo mismo; visualmente era más "fino" comer dos panchos con una gaseosa cola que un choripán con un vino tinto. Hizo un par de bocetos directamente con lapicera en una libretita pequeña con espiral. No usaba lápiz porque nunca corregía; los diseños le daban vueltas en la cabeza hasta que estaban maduros, recién entonces los volcaba al papel. La mayoría del tiempo, el viajero lo ocupaba en recorrer la ciudad y, cada tanto, se sentaba en algún lugar para hacer dibujitos. Quien lo viera desde afuera no podría aseverar que "eso" fuera de un trabajo.

 

 

Volvió al tema de la persona que había visto cuando él iba a entrar en el cajero. Se había dado cuenta por que le parecía familiar su rostro. Todos lo pelados con barba crecida de dos días, se parecen. Tal vez el rostro le resultaba familiar porque lo veía todas las mañanas en el espejo cuando se lavaba la cara.

 

 

Dejó de lado la libretita y abrió el cuaderno que también era espiralado. En él cada vez que estaba “inspirado”, escribía un par de reglones que alguna vez formarían un libro. Al paso que iba, lo iba a terminar de escribir cuando tuviera 120 años. Por un momento pensó en la posibilidad de incluir en el libro alguna mención de cómo después de cincuenta años, se podía eludir la rutina prevista en la novela de un libro donde el protagonista es otro y el solo es un personaje secundario (tal vez cuaternario) en que su misión en 500 páginas era solo cruzarse con uno de los personajes primarios que era Oliveira en la intersección de una de las calles con el muelle que conduce a un puente que cruza el Rio Sena. Le llamaba la atención que pese a ser un personaje de un libro, podía actuar con independencia y desviarse de la rutina de la escritura. Alguna vez había leído en un libro un cuento que trataba de un soñador que a su vez era soñado. Tal vez él era un escritor que a su vez era escrito por otro escritor. Y la otra persona, el del cajero automático, tal vez fuera un personaje de otro libro que se superponía a este. Juntó todos los cuadernos y se los colocó bajo el brazo. Se levantó del banco de aquella plaza y siguió caminando por las calles, ahora con rumbo al cajero automático donde había estado hace unas horas para repetir el ciclo de caminatas que lo cruzarían con Oliveira.

 

 


2

 

 

Subió al tren ferroviario que lo conduciría hasta Merlo. Se ubicó cerca de la maquina dispuesto a recorrer todo el tren hasta el final. Calculó el tiempo que tardaba el vendedor de CD de música romántica en salir de este vagón y entrar en el segundo. El tren comenzó a recorrer las paralelas vías. La fuerza de la inercia lo empujó hacia atrás, en varios años de transitar estos vehículos, había aprendido a transitar por ellos y luchar contra las fuerzas de gravedad, la inercia, y la indiferencia de los usuarios de estos medios de transporte. Tenía calculado que a la salida del tren de la estación de Flores, él ya debía haber llegado a la mitad de la formación.

 

 

La labor se le hacía pesada porque él no era de los que se hacía pasar por afectados de enfermedad terminal que se aprendían desde el Google la medicación que esta patología requería, solo que la enumeraban todas juntas y al mismo tiempo. Él simplemente decía que mangueaba monedas para comer. No lograba conmover a nadie pero de todas maneras, algunas monedas conseguía y, como él decía, todo suma.

 

 

Siguió caminando, ahora los vagones ya se hallaban más llenos de gente parada. Ya le resultaba más complicado ir esquivando a la gente. Esto le hacía recordar a cuando se quiere correr dentro de una pileta con el agua hasta el cuello.

 

 

Entonces le pasó algo extraño, él pensó: me parece que esto ya lo vi. Los científicos lo denominan con el nombre más coqueto: Deja vu.

 

 

En el asiento del pasillo de la quinta fila del lado derecho de frente a él, estaba aquella persona que viera otras veces. Tal vez hubiera estado mucho más veces que lo que él creía pero solo en las últimas diez veces había prestado atención. Al principio había pensado que, así como todos teníamos una rutina de trabajo, este pasajero también tomaba el tren el mismo horario todos los días (pero incluido sábado y domingo ¿?). Seguro que lo tomaba en la estación de Once donde todo el tren estaba vacío y podía darse el lujo de elegir siempre el mismo asiento. Pero en las últimas veces había notado que el libro que tenía en la mano y que leía siempre sin levantar la vista, estaba abierto en el medio como si siempre estuviera en la misma página y no avanzara con la lectura. Se tranquilizó pensando que tal vez solo lo leía en la media hora que duraba el viaje. Se fue acercando despacio con la mano ya extendida con la palma hacia arriba; entonces como ya lo sabía de antemano, el extraño pasajero, sin dejar de leer, le depositó en su mano una moneda que ya tenía preparada. Nunca lo vio buscar en sus bolsillos, ya la tenía preparada en la mano como si supiera el momento exacto en que el viajero pasaría a su lado. Y siempre sin levantar la vista del libro que estaba leyendo.

 

 

Cuando llegó a Merlo se bajó del tren, contó las monedas que llevaba en el bolsillo. Las dividió en grupos de diez cada uno y las guardó en su morral. Cruzó al otro lado del andén y esperó el tren que lo conduciría nuevamente hasta Once. Mientras miraba como siempre hacia el fondo del andén para ver asomarse el tren, pensó que tal vez no repitiera este trayecto infinidad de veces sino que era una sola vez y que el final empalmaba con el principio en un círculo de repetición interminable. No es un círculo, es un Moebius, escuchó que decía una persona al lado. Por un momento pensó que se dirigía a él pero cuando se dio vuelta para contestarle. Se dio cuenta que estaba hablando con otra persona. Otra casualidad. También había estado prestando atención en que las monedas que recaudaba durante el día era siempre la misma cifra y que sistemáticamente le alcanzaba para comer el choripán a medio día, el guiso a la noche y pagarse una pensión el fin de semana para poder dormir como un ser humano y darse un largo baño con agua caliente.

 

 

Entonces vio el tren que se acercaba a la estación. Decidió verificar si algo que llamamos rutina de vida no es una planificación de la que no tenemos la libertad de apartarnos. Suena como si fuera lo mismo… en realidad uno puede cambiar la rutina por otra rutina pero en algo que esté planificado como una película, no nos queda otro que repetirlo sistemáticamente desde el principio hasta el fin. Entonces decidió bajarse en la estación Flores en lugar de llegar hasta Once. Eligió también en lugar de cruzarse de andén y tomar el tren siguiente, hacer tiempo dejando pasar varios. Recorrió la cuadra de la cortada que había pegada a la estación con pinturas en la pared que representaban personajes de un libro. Luego dio la vuelta a la plaza, estuvo unos minutos en una esquina contemplando radios y relojes y finalmente regresó a la estación y se subió al tren en sentido contrario rumbo nuevamente a Merlo. Tenía una teoría que demostrar.

 

 

Efectivamente en el mismo vagón, en el mismo asiento se hallaba la persona leyendo el mismo libro. Se acercó lentamente pero esta vez sin extender la mano con la palma hacia arriba como comúnmente lo hacía. Quiso seguir de largo como si fuera cualquier persona que simplemente se estaba cambiando de vagón. Entonces fue detenido por la mano que salió hacia el pacillo con una moneda. Metió la moneda en el bolsillo, mientras tanto trataba de mirar en qué página estaba leyendo; no pudo mirar el número pero era la en la mitad del libro. Se bajó en la siguiente estación, todavía estaba dentro de la ciudad. Se quedó sentado en uno de los bancos de la estación. Era evidente que podía cambiar su  rutina tanto como lo quisiera pero tal vez este cambio también estuviera previsto dentro de la rutina ya establecida. El volverse a encontrar nuevamente con el lector que le daba siempre la misma moneda, probaba que todo era circular.

 

 

El viajero volvió a cruzarse de andén y tomó el tren que lo conducía a Once. Cuando llegó a esta estación terminal se bajó, se sentó nuevamente en uno de los bancos y se puso a meditar.

 

 

Era evidente que su realidad se repetía más allá de lo lógico de una vida rutinaria. Pero le dedicó unos minutos a algo que le preocupaba desde hacía rato. Cuando había salido del cajero automático donde había pasado la noche durmiendo, se había encontrado con una persona que en ese momento intentaba entrar. ¿Por qué le parecía familiar la cara de esa persona? Revisando el pasado, jamás se había encontrado en esa situación en todo el pasado que él recordaba. En años de rutina no recordaba haberse cruzado en algún momento con una persona con ese rostro y sin embargo los rasgos le resultaban familiares. Alguna vez en un sueño, se soñó diferente. En lugar de un vago era un bohemio y en lugar de porteño era parisino. No tenía el rostro actual sino que, pese a ser muy parecido, tenía el rostro de aquella persona que había visto al salir del cajero automático. Se había soñado recorriendo las calles de París, comiendo Burguignon, res de buey con Borgoña en lugar de asado con Malbec. Salchichas en lugar de choripanes, Rio Sena en lugar de Rio de la Plata, metro en lugar de subte. Por un momento pensó que sería interesante haber nacido en Paris y no en Buenos Aires. Por un momento pensó que tal vez podría conocer otra vida.

 

 

Subió en el tren que lo conduciría a Merlo. Calculó el tiempo que tardaría el vendedor de CD de música romántica en salir de este vagón y entrar en el segundo y entonces entró y empezó a pedir monedas porque las necesitaba para comer y no porque necesitara medicación imposible para extrañas enfermedades. Calculó aproximadamente, de acuerdo a las estaciones, cuanto tardaría en llegar al vagón donde se encontraría con el lector; y efectivamente se encontró con él. Agarró la moneda y la guardó en el bolsillo. Al final del día las agruparía de a diez y las pondría en su morral.

 

 

Estuvo varios días calculando las estaciones, los horarios de llegada, el vagón y el asiento. Nunca fallaba siempre pasada la misma estación e incluso por la ventanilla se veía la misma esquina, volvía a encontrarse todos los días con el mismo lector que estaba en la misma página y le daba la misma moneda. Una y mil veces. Siempre las agrupaba de a diez y siempre le alcanzaba para un choripán al medio día y un guiso para la noche y una porción de asado con vino tinto para los domingos y para alquilar una habitación en una pensión de la Calle Moreno el fin de semana en la que se podía bañar y dormir como un ser humano en una cama con sabanas limpias, gastadas pero limpias.

 

 

Luego de un mes no tenía que demostrarlo científicamente. La vida se le repetía, ya había aprendido como era el tema de la rutina. Ya había entendido las leyes del juego, ya conocía como seguía todo.

 

 

Pero un día, cuando había sonreído para sus adentros al abrir la puerta para entrar al vagón y ver en el mismo asiento al mismo lector, la rutina lo sorprendió. En lugar de una moneda, cuando extendió la mano, se encontró con un sanguche de pan francés de salame y queso. Lo guardó en su morral y lo comió cuando bajó en la estación Merlo, sentado en uno de los bancos.

 

 


4

 

 

El viajero caminaba por una de las calles de Paris. Antes de llegar a la plaza, pensó que tal vez era importante romper con la rutina y en lugar de comprar dos salchichas debía comprar un Croque Monsieur o tal vez dos.

 

 

Tal vez fuera a Petit Cler, sin embargo luego de pensar un instante mientras caminaba, llegó a la conclusión que debía dirigirse al Café de la Paix.

 

 

Se dirigió al norte por Rue de Seine hacia Rue Mazarine. Giró a la derecha con dirección a Quai de Conti. Giró a la izquierda con dirección a Pont des Arts. Usó las escaleras. Giró a la izquierda y rodeó a Cour Carrée et Pyramide du Louvre. Giró a la izquierda con dirección a Rue de Rivoli.  Giró a la derecha con dirección a Rue de Rohan. Continuó por Av. de l'Opéra durante varias cuadras. En Av. de l'Opéra giró levemente a la izquierda donde se convierte en Rue Auber. Giró a la derecha con dirección a Rue Scribe y entonces vio su destino: café de la Paix. El frente era muy particular; lo primero que llamaba la atención era que daba la impresión de estar contemplando un café del 1.800, predominaban los tonos verdes oscuros, un cartel reafirmaba que se trataba del Café de la Paix, las amplias vidrieras con los alimentos en exhibición, permitían elegir el menú desde antes de entrar. De todas maneras, el viajero ya tenía decidido que iba a consumir: Croque Monsieur.

 

 

Cuando entró al café, le llamó mucho la atención que hubiera cambiado la decoración. Hacía poco tiempo que había pasado, aunque no entrado, pero desde afuera, el interior se veía diferente. El viajero estaba acostumbrado a la rutina y, aunque estaba tratando de evitarla, no pudo soportar que hubieran cambiado el interior de aquel café. Salió de inmediato y también se encontró con que habían cambiado el exterior.

 

 


A

 

 

El viajero estaba cansado de la rutina de subir y bajar de los trenes que lo llevaban hasta Merlo y lo regresaban a Once. Y otra vez a Merlo y otra vez a Once. Y el viaje se repetía hasta el infinito.

 

 

Ese día decidió no trabajar, se tomó el día libre. Decidió romper la rutina.

 

 

Caminó por Buenos Aires sin rumbo fijo. Se dirigió hacia el norte, al igual que el viajero de Paris. En su recorrido pasó por un café, pensó, voy a entrar y conseguir algunas monedas. Ya sé que enseguida se me va a acercar un mozo que gentilmente me va a pedir que me retire y que no moleste a los clientes. Sería interesante hacerme pasar por cliente.

 

 

Entró decidido y mirando hacia ambos lados. Se convirtió hacia una de las pocas mesas que se encuentra desocupadas. Se sentó y, al mirar el menú, se dio cuenta que no entendía nada de lo que había escrito. Cuando se acercó el mozo, solo atinó a decir que le traiga un sanguche. Cuando el mozo le preguntó si quería un Croque Monsieur, él le dijo que sí. Primer escollo superado, al parecer no le había llamado la atención el aspecto. El segundo escollo era si alcanzaría las monedas para pagar algo que ni podríamos pronunciar. El mozo se retiró ya los pocos minutos regresó con un plato que contenía pan de molde pero más grande que el que estaba acostumbrado a ver, en el interior había jamón y queso, por encima lo que tenía salsa blanca espolvoreada con un queso rallado más intenso . Todo gratinado al horno. De acompañamiento,

 

 

Mientras comía, el viajero calculaba unos cuantos metros lo separaban de la puerta por si era necesario salir corriendo.

 

 


si

 

 

El viajero de París salió del Café de la Paix y se encontró con un mundo nuevo para él. Comenzó a recorrerlo con temor y mirando hacia todos lados. ¿Calle Quintana? ¿Cementerio de la Recoleta? Si aquí a la vuelta tenemos que estar la Opera Garnier. Con cierto temor, frenó a uno de los transeúntes que pasaban apurados esquivándolo. La persona a la que paró no le entendió nada a él ni tampoco él entendió nada de lo que le dejó la persona que había detenido. El transeúnte juntó los cinco dedos de la mano derecha por sus puntas tratando de que este gesto fuera más internacional que el lenguaje. Garnier ... Garnier repitió varias veces en un tono cada vez más alto como si el interlocutor fuera sordo y no que hablara otro idioma. ¿Garnier? ... una cuadra para allá, en la esquina. Por un momento al viajero le ocurrió la atención que había equivocado su recorrido en una cuadra, millas de veces había hecho este trayecto. Caminó apurado la cuadra que lo separaba de su supuesto destino. Mientras el transeúnte se había quedado mirándolo con gestos de extrañesa.

 

 

Cuando llegó a la esquina se encontró con una farmacia y perfumería, entonces su desconcierto fue mayor. Recién entendió todo cuando en una de las vitrinas vio tinturas y productos de belleza marca Garnier. Comenzó a caminar hablando solo. Entonces una persona que caminaba a su lado, que sabía hablar francés, pensó que era un turista que se hallaba perdido. Lo interrumpió y lo tranquilizó el hecho que pudiera entenderlo. Le preguntó si buscaba el Gran Teatro en la Gran Avenida. Entonces comenzó a explicarle haciendo un improvisado plano con una lapicera en una hoja de la pequeña libreta espiralada.

 

 

Caminó innumerables cuadras hasta que a la vuelta de una esquina se encontró con una Ancha Avenida con varios carriles de circulación. Se animó un poco más pensando que se hallaba en el camino indicado. Continuó caminando hasta acercarse al sitio marcado con una cruz y entonces si se encontró con el Gran Teatro. Solo había un pequeño detalle: en la entrada, un cartel decía el Lago de los Cisnes y más abajo Teatro Colon.

 

 

Realmente no entendía que estaba sucediendo. Odiaba la rutina pero todos estos cambios lo tenían al borde de la locura. La ciudad le resultaba familiar aunque no la conocía. La noche ya le iba restando luz natural a la ciudad y le daba un entorno más íntimo. La media noche lo sorprendió caminando por la Gran Avenida rumbo al sur. A lo lejos se veía una iglesia atravesada en la avenida y por detrás una gran estación de Ferrocarril. La noche se iba apoderando de la ciudad cubriéndola con su manto negro. Finalmente el cansancio le ganó. Finalmente decidió dormir dentro de un cajero automático. Lo que le llamó la atención fue que el del quiosco de la esquina, al verlo y sin decirle nada, le tendió un paquete que contenía una frazada y una almohada.

 

 


A

 

 

El viajero terminó de comer, no sabía cómo había conseguido hacerse entender si no dominaba el francés para nada. Quiso probar de nuevo porque no entendía que la realidad se asemejara a una película de Hollywood donde por alguna extraña explicación, los extraterrestres que vienen de planetas remotos hablan y entienden el inglés. Dijo en vos alta: Mosé, traigamé una milanesé con muchas papé. El mozo se acercó y casi le dijo al oído. Tranquilo, no hablés en vos tan alta que yo también soy argentino. Enseguida me di cuenta, no dijiste un sándwich o un emparedado, dijiste un sanguche y eso es de argentinos. Sin decirle nada, le dejó sobre la mesa la cuenta de lo que había gastado. Metió la mano en el morral aunque ya sabía de antemano que las monedas recaudadas no le alcanzaban. Para su sorpresa, le alcanzaban exactamente. Además de las monedas también había otro fajo de billetes que volvió a guardar sin contarlos. Salió por la puerta de la esquina, no sin antes pasar por el baño como era costumbre. Con las dos manos bebió largamente y con el agua que le quedaba en las manos se lavó la cara. Se secó con varias toallas descartables y se guardó tres en el bolsillo trasero de su pantalón. Al salir no vio a ningún encargado al que dejarle una moneda. Hacia la izquierda la conjunción de varias avenidas dejaba un importante espacio de calle sin la proximidad de grandes edificios. Allá como telón de fondo se hallaba una construcción importante. Era la Opera de Paris. Decidió ir a verla de cerca. Siempre quiso ver el Ballet el Lago de los Cisnes. Pero la sorpresa fue grande cuando vio que este Ballet no estaba anunciado sino que en lugar de Teatro Colón decía Opera Garnier. Por el momento no había ninguna función de nada. Solo había visitas guiadas. Insistió con ver una función de algo, paró a varias personas en la calle pero la mayoría no le entendía. Uno se detuvo y pareció poner empeño en tratar de entender que le quería decir. Parecía haber entendido, entonces le hizo un improvisado plano con una lapicera sobre un papel. El viajero comenzó a caminar siguiendo con el trazado del plano, al fin del cual se encontró con un pequeño teatro con un cartel en la entrada que anunciaba a la pianista Berthe Trepat. Más abajo en el afiche anunciaba que interpretaría Claro de Luna de Beethoven en correlación con Debussy. Metió la mano en el Morral y sacó el fajo de billetes que había en él. Contó lo suficiente que le alcanzaba para la entrada y guardó lo que le sobraba. Entró, el ambiente no era muy grande, más bien daba una atmosfera de intimidad, como si fuera la sala de estar de cualquier casa donde se observa la amplia biblioteca como telón de fondo. Había un piano con un correcto lustrado con la zona de las teclas hacia el lado izquierdo, la tapa levantada a 45 grados y un taburete cuadrangular fijo que parecía ser de la misma madera y con el mismo lustre. La pianista entró por el lado derecho al escenario que apenas estaba sobre elevado 50 cm del nivel del piso de la sala. Hizo una muy sutil reverencia como saludando a todo el público. Se sentó y se refregó las manos como si estuviera entrando en calor. Apenas miraba con el rabillo del ojo a los espectadores que se hallaban presentes en la sala. Estaba todo colmado. Colocó ambas manos sobre el teclado y al mismo tiempo que movía la cabeza, como si se diera a ella misma la señal de entrada, comenzó a tocar. Hace 50 años, en este mismo lugar, había tenido un fracaso rotundo. Esta vez, desde los primeros acordes, se sentía como si se fuera a presenciar una magnifica jornada.

 

 

Cuando concluyó todo y la gente se retiraba con cierta lentitud. Se escuchaba el murmullo de la gente comentando sobre lo escuchado. En general todos los comentarios eran favorables. A la mayoría le parecía interesante comparar dos obras que tuvieran el mismo título pero que habían sido compuestas por dos autores diferentes. El viajero se retiró siguiendo el ritmo del resto de la gente, tratando de escuchar el comentario del resto de los concurrentes. Realmente se sentía colmado, se sentía tan lleno como si, en lugar de un choripán, hubiera comido dos.

 

 

La noche ya se había adueñado de la ciudad, no sabía a donde ir en una ciudad que desconocía. Decidió dirigirse a una plaza. Preguntando y caminando se dirigió al Parque Monceau donde se sentó en uno de los bancos, cuando se cansó de ver a la gente que pasaba sin advertir de su presencia, recostó hacia atrás su cabeza y, de a poco, el sueño le fue ganando.

 

 

Tuvo varios sueños que se mezclaban entre sí. Por momentos soñaba que era un francés que se había ido a vivir a Buenos Aires y por momentos soñaba que era un porteño que estaba viviendo en Paris. En Buenos Aires se estaban viviendo los últimos fríos, en Paris todavía el clima estaba templado. Se despertó en varias oportunidades durante la noche y otras tantas se volvió a dormir. Soñó varias veces entre las despertadas y en conjunto pudo unir todos los sueños y hacer uno solo. Cuando estaba despierto en Buenos Aires, era un bohemio francés que en este nuevo territorio era considerado un vago. Caminaba sin rumbo fijo en las calles y vivía de lo que podía “manguear” como trabajo, refería que juntaba objetos tirados en la calle que luego transformaba en artesanías. Cosas que se hallaban tiradas en la vía pública, pasaban a tener valor luego que él les agregara la parte artística. En general vendía poco. Él lo atribuía a épocas de crisis y no a la dudosa valoración artística de sus obras.

 

 

El sol lo despertó cuando ya había sobrepasado la altura de los edificios que rodeaban al parque. Se hallaba en el centro de la plaza, recostado en uno de los bancos, tenido que reconstruir lo que había soñado durante la noche. En muchos años de práctica, habíamos aprendido que si grabábamos toda la secuencia de un sueño ni bien nos despertamos, lo seguiríamos recordando varias décadas después. Si no lo hacíamos, el sueño se olvidaba durante el transcurso de la mañana. En el sueño, el francés que vivía en Buenos Aires, sabía que algo importante estaba relacionado con aquel pasajero que en el tren Sarmiento, le entregaba sistemáticamente una moneda. Pero ¿por qué aquella vez en lugar de una moneda, le había entregado un sanguche? ¿Hacia donde tenía que seguir a ese pasajero? Porque era evidente que todas las señales conducían a que seguirlo o por lo menos seguir sus directivas.

 

 

Se despertó y no estaba dentro de un cajero automático como tantas otras veces, se halló en el medio de una plaza. Entonces se dio cuenta que en realidad había soñado que había estado en París, que había soñado que había estado escuchando música de piano. Se despertó y estaba en el centro de una plaza. Esa plaza no estaba en París, estaba en Buenos Aires y la conocía, era Plaza Miserere, era la zona del Once. Era el mismo que pedía monedas todos los días en el tren que conducía a la estación de Merlo.

 

 


C

 

 

Mientras tanto, el otro viajero se despertaba tirado en el césped del parque Monceau. No recordaba haber bebido como para terminar en ese estado. Pero era evidente que ignoraba una parte de lo que había ocurrido en las últimas horas. ¿Por qué se había dirigido hacia el oeste de donde se encuentra al principio cuando intenta entrar en el café de la Paix? ¿Qué era todo eso que había soñado durante la noche? O era ahora que estaba soñando. Alguna vez había alguna vez en un libro de Borges la teoría que cuando estamos dormidos en este mundo, estamos despiertos en otro lado y es entonces que podemos tener dos vidas diferentes en lugares diferentes. También lo había leído en un libro de Cortázar en un cuento que se llamaba La noche boca arriba. Él siempre había querido ir a ese teatro pero no para un concierto, a él le gustaban las arias.Un bel di Vedremo ”   en vivo:

 

 

Un bello día veremos

 

 

Levantarse un hilo de humo

 

 

en el extremo confín del mar.

 

 

Y después aparece la nave.

 

 

la nave es blanca.

 

 

Entra en el puerto, truena su saludo.

 

 

¿Ves? ¡Ya ha llegado!

 

 

Yo no voy a su encuentro, yo no.

 

 

Me iré a la cima de la colina, y esperaré

 

 

y espero mucho tiempo.

 

 

Pero la larga espera no me pesa

 

 

Y, salido de entre la multitud de la ciudad,

 

 

un hombre, un pequeño punto,

 

 

sube por la colina.

 

 

¿Quién será ?, ¿quién será?

 

 

Y cuando esté aquí,

 

 

¿Qué dirá ?, ¿qué dirá?

 

 

Llamará: - Mariposa- desde la distancia;

 

 

yo sin respondedor.

 

 

Estaré escondida.

 

 

Un poco por broma,

 

 

y un poco, por no morir

 

 

nada más por vernos.

 

 

Y él, el apenado,

 

 

llamará, llamará;

 

 

"Mujercita, fragancia de verbena",

 

 

los nombres que solía llamarme, al llegar a mí.

 

 

Todo esto sucederá,

 

 

te lo prometo.

 

 

Ahuyenta tus temores,

 

 

¡Yo con segura fe, ... lo espero! "

 

 

 

 

Sin embargo esa pianista que había visto en los sueños, le parecía que le faltaba algo. Era perfecta técnicamente pero le faltaban sentimientos. Podía interpretar mecánicamente las piezas más difíciles pero al faltarle ese toque, no emocionaba, no llegaba hasta las fibras del alma que era para lo que se había inventado esta música y tal vez todas las músicas. No había que entenderlas sino sentirlas.

 

 

Por un momento se olvidó de toda esta novedad y volvió a la rutina que aunque le disgustaba, sin embargo le daba cierta seguridad que lo tranquilizaba. De todas maneras decidió trazar un recorrido que le evitara encontrarse con Horacio camino al puente de las Arts donde se hallaba aquella lánguida mujer contemplando el agua acodada en la baranda de metal. Pensó que tal vez no iba al bar de la Paix porque con la experiencia del día anterior ya le alcanzaba por un rato. Tal vez volvería a las salchichas comidas en la plaza.

 

 


A

 

 

El viajero decidió volver a su rutina. Subió al tren que lo conduciría hasta Merlo. Ya sabía de memoria el recorrido que debía hacer con las paradas que debía respetar y en qué momento se encontraría con aquel lector que le depositaría una moneda en la mano sin mirarlo, o tal vez hoy tocaría sanguche.

 

 

La primera cosa que le sorprendió fue que no se repitió todo como venía sucediendo hasta ahora, fue una cuadra después que dada la velocidad con que circulaba la formación, era solo cuestión de segundos. Sin embargo el viajero lo advirtió. La segunda y más importantes es que esta vez lo miró fijamente a los ojos y agarrándolo de la manga del abrigo, le dijo que no siguiera hasta Merlo sino que se bajara en cualquier estación hasta Morón. El viajero asintió con la cabeza dando a entender que había escuchado. Entonces le depositó una moneda en la palma de la mano. Siguió caminando por el pasillo del tren rumbo al final mientras que pensaba en que es lo que le había querido decir. Miró por las ventanillas y vio que estaban frenando en la estación Morón. Entonces pensó: Qué parte de bajate antes de Morón no entendés.

 

 

Se bajó del tren y estuvo sentado un rato pensando en la plaza que había enfrente a la estación. Luego se levantó y comenzó a caminar por las calles de esa ciudad. Mientras estuvo sentado, pensó en que le había sucedido en el sueño que recordaba de la noche anterior. En él seguía haciendo la misma vida de siempre solo que era mejor visto, y todo hacía suponer que la plata le alcanzaba para algo más que las necesidades básicas.

 

 

Estuvo varias horas dando vueltas por la ciudad pensando en qué significaba todo esto. O es que acaso la vida era un delirio. Cuando pasó por las vidrieras de una casa de electrodomésticos, vio en los televisores encendidos que sobre un fondo rojo fuego, los titulares anunciaban que hace instantes una formación que había salido de Morón, había chocado con otra en Castelar. Se quedó un rato mirando esa imagen pensando que ese era el tren del que se había bajado hace poco tiempo.

 

 


Regresó a la Ciudad de Buenos Aires. Fue hasta la plaza que se hallaba enfrente a la estación Constitución y pidió un choripán. Esta vez preguntó si tenía vino tinto, y pidió un bazo que tomó de prisa mientras le terminaban de preparar el sanguche. Pidió otro vaso para tomarlo mientras comía. Decidió dejar de trabajar por el resto del día. Se fue caminando despacito por la ancha avenida rumbo al norte. Llegó hasta el quisco que había en la esquina  le pidió sin decir palabra alguna el paquete que contenía las frazadas y la almohada. La noche aún no había cubierto la ciudad. No había sol pero todavía había luz. De repente tenía mucho frio. Se metió dentro del cajero automático; no pudo dormir hasta bien entrada la noche. Estuvo pensando que esto iba más allá de la simple rutina de que todo se repetía sistemáticamente como si viviéramos en un tiempo circular. Finalmente lo venció el cansancio, soñó que caminaba por las calles de París, después caminaba por Buenos Aires y después caminaba nuevamente por París. En algún momento, alguno de los que caminaban a su lado, le comentó que debía buscar su verdad en una plaza del oeste bonaerense, que debía buscar al que lo adiestraría. Luego de esto soñó con trenes que iban y venían y que se cruzaban sin llegar a chocarse. Se despertó sobresaltado, aún era de noche. Por un momento temió por su estabilidad laboral. ¿Volvería a subir a un tren? El haberse salvado del accidente ferroviario porque una persona se lo había anticipado lo preocupaba; ni siguiera sabía si esa persona se había salvado. ¿Volvería a transitar por los pasillos de los trenes del Sarmiento? ¿Se volvería a encontrar con ese extraño ser que sin mirarlo, siempre le dejaba la misma moneda? Decidió seguir durmiendo. O, por los menos, cerrar los ojos.

 

 

Cuando se levantó, lo primero que hizo fue buscar sus bolsillos para ver si tenía algunas monedas para el desayuno. Entonces encontró el papel con el plano que le habían hecho en el supuesto sueño de París. Ese planito le había servido para encontrar el teatro donde escuchó aquella Aria que lo emocionó hasta las lágrimas. Eso había sido en París. ¿Qué pasaría si lo seguía acá en Buenos Aires? Ese día también decidió no trabajar. Salió del cajero automático, como tantas otras veces enrolló y dejó las frazadas en el quiosco de la esquina y desde allí seguir el pequeño plano que le confeccionara aquel parisino. Para su sorpresa, donde finalizaba el plano, donde estaba la cruz, llegaba al Teatro Colon. ¿Cómo podía ser? Que un plano confeccionado en Paris condujera a un Teatro en Buenos Aires. Entonces no había estado en París. Nunca había salido de Buenos Aires. El supuesto parisino solo era otro porteño más. Entonces, no sin cierto temor, decidió tomar el tren que lo conduciría a Merlo. Había decidido no trabajar, solo lo hacía para comprobar que volvería a encontrarse con aquel extraño lector en el vagón del tren Sarmiento.

 

 

Subió en el primer vagón, de espaldas a la máquina, Calculó el tiempo que tardaba en salir del vendedor de adaptadores múltiples para USB y pasar al segundo vagón. Comenzó a caminar lentamente rumbo al último vagón. No pedía monedas, solo se limita a mirar las caras de los que viajan todos los días en esos trenes que van, a veces, con más gente que la que se puede. Por momentos se hizo dificultoso el transitar entre la gente. Al mismo tiempo iba mirando, a través de las ventas, el paisaje por donde se acercaba a la estación de Merlo. Sabía con certeza la esquina que coincidía con el encuentro con el pasajero. Pero no lo vio donde tenía que estar. De todas maneras, caminando lentamente hacia el final de la formación. Entonces en el último vagón lo encontrado, estaba sentado en el asiento del lado del pasillo en la última fila. Dejó de leer por un instante y analizaron la vista; Lo miró directamente a los ojos y se sorprendió que no estaba pidiendo monedas. Intentó seguir caminando, sin saber hacia dónde, porque después de esa puerta solo se veían las vías que pasaban bajo el tren y se unían allá a lo lejos cerca del horizonte. El pasajero lo detuvo como la vez anterior agarrándolo del brazo, había dejado el libro que estaba leyendo sobre el asiento de al lado que estaba vacío. Sin decir nada, le puso una moneda y un sanguche de salame y queso en la mano. El viajero se quedó a su lado unos instantes, mirándolo sin decir nada. Entonces el pasajero le dijo: -Tenés que encontrar al que te va a despejar las dudas. sin saber hacia dónde, porque después de esa puerta solo se veían las vías que pasaban bajo el tren y se unían más allá de lo lejos cerca del horizonte. El pasajero lo detuvo como la vez anterior agarrándolo del brazo, había dejado el libro que estaba leyendo sobre el asiento de al lado que estaba vacío. Sin decir nada, le puso una moneda y un sanguche de salame y queso en la mano. El viajero se quedó a su lado unos instantes, mirándolo sin decir nada. Entonces el pasajero le dijo: -Tenés que encontrar al que te va a despejar las dudas. sin saber hacia dónde, porque después de esa puerta solo se veían las vías que pasaban bajo el tren y se unían más allá de lo lejos cerca del horizonte. El pasajero lo detuvo como la vez anterior agarrándolo del brazo, había dejado el libro que estaba leyendo sobre el asiento de al lado que estaba vacío. Sin decir nada, le puso una moneda y un sanguche de salame y queso en la mano. El viajero se quedó a su lado unos instantes, mirándolo sin decir nada. Entonces el pasajero le dijo: -Tenés que encontrar al que te va a despejar las dudas. le puso una moneda y un sanguche de salame y queso en la mano. El viajero se quedó a su lado unos instantes, mirándolo sin decir nada. Entonces el pasajero le dijo: -Tenés que encontrar al que te va a despejar las dudas. le puso una moneda y un sanguche de salame y queso en la mano. El viajero se quedó a su lado unos instantes, mirándolo sin decir nada. Entonces el pasajero le dijo: -Tenés que encontrar al que te va a despejar las dudas.

 

 

-¿… y donde lo encuentro?

 

 

-Buscalo en las plazas. Básicamente le gusta estar sentado en las plazas contemplando el comportamiento de la gente.

 

 

-¿Cómo lo reconozco?

 

 

-Cuando lo veas, no vas a tener dudas.

 

 

-¿En qué plaza lo encuentro?

 

 

-Tenés que usar tu imaginación. Solo te puedo decir que muchas plazas tienen caballos pero pocas tienen un gallo.

 

 

Y, sin decir más, agarró el libro y problemas con la lectura en las páginas del medio. El viajero emprendió su regreso al primer vagón del tren.

 

 


si

 

 

Miró por la ventanilla y la estación en que estaba deteniendo el tren era Morón. Grabar que en la vez anterior le había recomendado bajarse antes de Castelar y había un choque de trenes. Como últimamente todo le hizo pensar que la vida era circular y que todo se repitió en forma periódica. Jamás dudó que si no se bajaba, iba a ver envuelto en el mismo accidente si este se repetía sistemáticamente como todos los viajes que había realizado en las últimas semanas.

 

 

No lo dudó, se bajó del tren en la Estación de Morón. Salió a la plaza que se encuentra frente a ella. Miró a todos lados y no había ningún tipo de monumento. Así que descartó esta plaza como primera posibilidad. La cruzó en diagonal. Caminó dos cuadras rumbo al sudoeste y luego dobló a la derecha hacia el oeste. Caminó un par de cuadras y se encontró con una plaza más grande. A veces la resultante curiosa como conocer una plaza, da la sensación que conociste a todas. En el centro había una estatua de San Martín sobre un caballo. (grabar que había tenido alguna vez que hay una convención sobre las patas del caballo de una estatua acerca de la persona que montaba había muerto en batalla, había muerto luego por heridas sufridas en la batalla, o había muerto de viejo) costado de la estatua, a su espalda estaba el Palacio municipal, al frente la Iglesia, a los costados negocios importantes. Decidió caminar en su perímetro en sentido anti horario. En este lado había un par de fuentes que se encontraban vacías de agua, por acá y por allá había bancos de dos tipos diferentes; más allá se quedarán que estaban armando los puestos de una feria. Por todos lados había mucha gente caminando y también sentados en los bancos. Pensó, mientras caminaba, las posibilidades que eran fuera de la plaza eran remotas pero el único lugar que se identificaba con un gallo era el cuadro de Morón. Continuó caminando, ya había caminado dos de los lados de la cuadra que componía la plaza y se disponía a comenzar la tercera, cuando en una esquina, entre los puestos que habían armado los artesanos, vio algo que le había prestado atención: había como una falsa fuente sin agua que en realidad los bordes servían como asiento. En el centro se levantaba una construcción de color blanco que era un pedestal en la cumbre del cual se veía una figura de bronce con la forma de un gallo. Entonces no lo dudó más, esa era la plaza que le había comentado el pasajero del tren. Entonces entendió que esa era la plaza que buscaba. Se quedó un instante mirando esa imagen, al bajar la vista, vio más allá, sentado en uno de los bancos, un extraño personaje que con el brazo levantado, le ofreció un sanguche. Miró hacia atrás y no había nadie, efectivamente, el sanguche se lo ofreció a él. Volvió a mirar y continuaba con la mano extendida. Hizo gesto para dar un sentido: ¿A mí? Y como respuesta vio un sí, expresado con el movimiento de la cabeza. Se acercó lentamente y se envió junto a su lado. El personaje casi no lo miraba, tenía los ojos medio entornados y con la cara levantada como cuando está tomando sol en la playa. Estuvo un rato en silencio, mientras que el viajero terminaba de comer el sanguche que era de salame y queso igual a los que le llega el lector que viajaba en uno de los vagones de uno de los trenes de la línea Sarmiento.

 

 

El día era agradable, no se sentía ni frio ni calor, el sol se  hallaba alto en el cielo pero no sofocaba, no había viento y el sonido de la calle apenas era un murmullo.

 

 


A

 

 

Soy José Cristóbal, le dijo sin mirarlo.

 

 

Te escucho las dudas que tengas de esta vida…y de las pasadas también.

 

 

Nunca se hizo un silencio tan grande en un lugar y mucho menos en una plaza concurrida por muchas personas.

 

 

-Bien-dijo José Cristóbal en un tono por demás tranquilo-Ya que tenés todo tan claro, yo seré el que hable.

 

 

Y así habló José Cristóbal:

 

 


Alfa.

 

 

-Vos no sos un individuo pese a que te esforcés en querer serlo. Vos sos una célula de este gran organismo viviente que es el universo. No somos entes aislados como creemos ser sino que dependemos en todo momento del resto de los seres vivientes así sean grandes como los elefantes o diminutos como los virus. La vida como entidad es tan preciosa que todo ser vivo tiene valor por el solo hecho de estar vivo. La vida en si tiene valor, independiente de la finalidad o el uso que nosotros hagamos de ella. A veces creemos que hemos desperdiciado una vida y sin embargo la vida siempre tiene sentido aunque nosotros no se lo encontremos. Aunque no lo queramos admitir, aun las bacterias son importantes porque intervienen en el proceso de fermentación de muchos de los productos que utilizamos. Odiamos a las bacterias pero sin embargo cuando disfrutamos de un buen vino con un excelente queso en un crocante pan, estamos disfrutando del producto de alguno de los miles de microorganismos.

 

 

Hay un solo ser vivo compuesto por los millones y millones de seres vivos que componen el tejido como si fueran células. Atentar contra uno de los seres vivos es como tratar de herirse a sí mismo. Como si agarráramos un cuchillo y tratáramos de pincharnos nuestra propia panza. Y, sin embargo, somos autodestructivos.

 

 

¿A quién se le ocurriría fumar en exceso, beber en exceso y comer en exceso?...a casi todos. Si atentamos contra nosotros mismos, ¿por qué no podemos tomar la vida de un semejante? Es más, si no nos interesa nuestro propio “estuche” por qué no atentar contra la integridad de otros. Nos creemos tan importantes y sin embargo para la evolución de millones de años que demandó la evolución de los seres vivos hasta llegar al primer homo sapiens. Solo somos unos segundos en el reloj de la V de la vida.

 

 

José Cristóbal quedó unos minutos en silencio, tenía cierta satisfacción de que el discurso le hubiera salido tan redondo. Sin embargo a su lado, el viajero, no había entendido más de dos palabras. Y lo miraba con cara de preocupación, ya había terminado con el sanguche y ahora estaba preocupado por la sed que lo salado le producía. Intentó atender más a las palabras de José Cristóbal pero le parecía que le hablaba en un idioma que no podía comprender.

 

 


Beta.

 

 

Ambos caminaban por la calle que servía de colectora al Acceso Oeste. Allá adelante a media distancia, se veía un puente que cruzaba por arriba a la autopista hacia la colectora norte, en una de sus orillas se veía un gran supermercado. De este lado, un gran terreno baldío, servía de lugar donde asentaba un gran circo.

 

 

Entonces comenzó a hablarle en tono monótono que distaban de ser sentencias que trataban de adoctrinar.

 

 

Uno de los problemas fundamentales de los seres humanos es que jugamos a ser inmortales.

 

 

Pensamos que vamos a vivir eternamente, que nunca nos va a sorprender la muerte. Comenzó a hablar de que la naturaleza se auto protege haciéndonos pensar que viviremos para siempre. De esa manera podemos planificar y hacer lo que el ser humano está acostumbrado a hacer, vivir en el futuro, o, planificando el futuro. El ser humano es el único animal de este planeta que no vive el presente. Los demás seres vivos no recuerdan el pasado, y no prevén el futuro, solo viven el presente consciente que alguna vez alguien me dijo que dura 0,11 de segundo. En cambio los humanos dejamos nuestro amplio pasado para recordar en nuestros últimos años de vida y el presente lo dejamos para alguna fotografía que hemos sacado y que prolonga el presente hasta el infinito. Entonces podemos planificar el futuro como si viviéramos cien años y no sabemos si tenemos asegurado el día de mañana. No sabemos si tememos a la muerte o la buscamos en cada una de nuestras acciones. Alguien alguna vez me dijo que nuestra vida se resume a la eterna batalla entre construir y destruir, entre la vida y la muerte, entre el anabolismo y el catabolismo. Todavía no sabemos con certeza qué es la vida. ¿Un resultado de una reacción electroquímica? ¿Un simple estuche receptor de algo más sublime? ¿Una creación del azar de millones de años? ¿Una creación de alguien superior? Nunca, tampoco, sabremos el sentido de la vida. Hay muchas religiones que creen que no puede ser que millones de años de evolución solo sirvan para que estemos sobre este mundo solo 70 u 80 años. Millones de años de nada, antes de la vida actual y millones de años de nada después de la vida; y tan solo unos pocos años sobre este mundo. ¿Para qué? Para no saber para qué estamos y no saber quién nos propone que estemos vivos sobre este mundo.

 

 

Doblaron hacia la izquierda cuando llegaron al circo. Iban caminando juntos por el puente que pasaba por arriba de la autopista. Abajo pasaban, a increíble velocidad, miles de vehículos. El viajero escuchaba en silencio aunque ahora, los dos estaban en silencio.

 

 

El sol había caído algo en el cielo hacia el  fondo de la autopista que conducía hacia Lujan. José Cristóbal con un gesto le dio a entender que lo siguiera. Se dirigieron al supermercado. Dentro de él buscaron un puesto que vendía sanguches. José Cristóbal le preguntó si quería de salame ante lo que el viajero le respondió que quería romper la rutina y pediría uno de jamón y queso. Gaseosa o vino. Respuesta tinto.

 

 

No lo comieron en el interior del hipermercado. Salieron y lo comieron sentados en una pequeña plaza.

 

 

Como si jamás hubiera interrumpido la conversación, continuó diciendo que nunca vamos a llegar a una conclusión sobre la humanidad. No sabemos si la humanidad es esencialmente buena y tiene escapes de maldad o, si es esencialmente mala y, por momentos, tiene excepciones de bondad que la justifiquen.

 

 

El viajero había terminado de tomar el vino y miraba hacia todos lados, donde tirar el vaso de plástico que le queda en la mano izquierda mientras que con el reverso de la mano derecha, se limpiaba la boca.

 

 

Se supone que nacemos buenos y, con el tiempo, nos vamos desviando o equivocando el camino; o nacemos con la maldad inherente a los humanos que comienza a manifestarse cuando tenemos poder de decisión.

 

 

El viajero ya había encontrado un tacho donde tirar el vaso de plástico y volvió a prestarle atención a lo que decía José Cristóbal, pensó tal vez no me haya perdido mucho.

 

 

José Cristóbal le dijo que ya era bastante tarde y por hoy la charla había terminado, con la caminata se habían acercado al centro de la ciudad. Sin despedirse, el viajero entendió que debían separarse. Giró hacia la calle que lo llevaría hasta la estación de trenes, mientras que José Cristóbal se desvió rumbo a la plaza principal.

 

 

Cuando llegó a la Ciudad de Buenos Aires, el sol ya se había ocultado hace mucho y pese a algunos reflejos a lo lejos en el cielo, la noche ya estaba sobre la ciudad. Enganchado en la inercia, llegó hasta el quiosco en la esquina del cajero automático. Sin decirle nada, el quiosquero le alcanzó el paquete con la frazada y la almohada. Pensando en lo irreal que había sido todo el día que estuvo en las calles de Morón escuchando a José Cristóbal, se quedó dormido.

 

 


Gamma.

 

 

Otro día sobre la ciudad.

 

 

El viajero hizo todo el ritual de levantarse, enrollar las frazadas, dejárselas al quiosquero y llegar hasta la estación para tomar el tren que lo conduciría a Morón. Caminó por el largo tren, recibió la moneda del lector que se hallaba en el mismo vagón de siempre y finalmente se bajó en la estación de Morón. Caminó por las mismas calles de siempre, dobló por las mismas esquinas y finalmente llego a la Plaza de Morón. Caminó por las veredas perimetrales hasta llegar al gallo en el pedestal, como la vez anterior, José Cristóbal lo estaba esperando sentado en el mismo banco de la plaza. Se sentó a su lado, esta vez no le ofreció un sanguche.

 

 

Le dijo que hoy lo invitaba a comer en París.

 

 

Se levantó y comenzó a caminar hacia el centro de la plaza por una de las veredas que servían de diagonal, el Viajero lo siguió. En la intersección de todas las veredas había una estatua. Al girar y alejarse de ella, vieron próximo a la otra calle, un arco que parecía el del triunfo pero de menor tamaño. José Cristóbal le mostró los carteles indicadores. Estaban parados en la intersección del Boulevard Saint Martin y la rue Saint Martin que va hacia el sur. José Cristóbal le mostró que había una pizzería y un restaurant chino. Entraron en la pizzería de la esquina que también ofrecía comidas más elaboradas, José Cristóbal le extendió la carpeta que contenía los diferentes platos. Por un momento hizo como que leía, no era analfabeto pero no entendía el francés. Esta vez no lo salvaría el mozo argentino del Café de la Paix. Entonces leyó algo que le resultaba conocido, dijo que el estómago suyo no estaba acostumbrado a la comida elaborada y pidió un Croque Monsieur y sopa de cebolla gratinada. José pidió un Coq au vin. Mientras comían, José Cristóbal decidió que no debía cansarlo con charlas tan pesadas. Lo interrogó acerca de un tema que el Viajero dominaba: su propia vida.

 

 

A medida que el Viajero iba relatándole lo que le sucedía día a día, cayó en la cuenta que su vida era más rutinaria de lo que le parecía. Le relató cómo se pasaba todo el día tratando de conseguir las pocas monedas que gastaba en el día, nunca le faltó una moneda pero tampoco nunca le sobró. Le contó que ya nadie recordaba cómo se llamaba y el sobrenombre El Viajero era una forma sutil de decir Vagabundo. A él le gustaba llamarse el Viajero porque daba la sensación de conocer todo el mundo y, en realidad, en varios años solo conocía de memoria el recorrido del tren hasta Merlo. Apenas conocía la ciudad de Buenos Aires y jamás había conocido otra provincia. José Cristóbal le apuntó que ahora conocía París, que podía viajar a través de grandes distancias. El Viajero solo agregó que se trataba de otra ciudad como si fuera la continuación de la Ciudad de Buenos Aires en barrios que no conocía. Además cual es la diferencia entre caminar sin rumbo por las calles de París y pedir monedas; o hacerlo por Buenos Aires. En una te dan pesos y en otra te dan Euros, en una te dicen vago y en otra bohemio. En una juntaba alambres y chapas tiradas en el piso y en la otra también. La diferencia es cuando tenés plata. La pobreza es igual en todos lados.

 

 

Terminó con la comida que había pedido, José Cristóbal todavía estaba terminando de “pelar” el último pedazo de carne que se resistía junto al hueso. Se iba a limpiar con el reverso de la mano pero, entonces, vio  que todo el mundo usaba la servilleta que dejaban al costado del plato e hizo lo mismo. Miró a través del vidrio de la copa la tonalidad rojo violáceo del líquido que contenía y le dio un sorbo mientras aspiraba por la nariz el aroma que retenía la forma de la copa, frutos rojos con un toque de especias, y lo tragó. Qué fácil era hacerse “el fino” todo era cuestión de tener algo de dinero. Por un momento pensó que a todos nos gustan las cosas buenas (algunos las pueden comprar) y todos podemos tener buen gusto.

 

 

José Cristóbal lo miró a los ojos como si intentara saber lo que pensaba, entonces le dijo en tono sentencioso que no todo era cuestión de dinero. Que solo se trata de adaptar el estilo de vida a la plata que se tiene. Le dijo que iba a ver que en este caso la plata no era lo importante. El viajero no lo dudó, sabía de qué se trataba todo. Puso toda la plata que tenía en su morral sobre la mesa. Pidió la cuenta y, cuando la trajeron se quedó tranquilo que las cifras no coincidían, José Cristóbal acercó la cuenta y la revisó, la devolvió diciéndole que le agregara la propina. Al Viajero no le fue tan fácil sacar la cuenta pero, cuando lo consiguió, contó el dinero que había dejado sobre la mesa y puso cara de sorpresa y miedo. La cuenta de lo consumido más la propina reglamentaria sumaba igual cifra que la plata que de antemano había dejado sobre la mesa en Euros. Ni un centavo más, ni un centavo menos.

 

 

Ambos se levantaron y salieron a caminar por la calle Saint Martin rumbo hacia el sur.

 

 

Llegaron hasta el fondo de la calle y desembocaron en el acceso sudeste, comenzaron a caminar por la colectora en dirección al terreno baldío donde estaba el circo que anunciaba función para dentro de dos horas. Del otro lado del acceso, se veía el hipermercado.

 

 


Delta.

 

 

Al pasar junto a la carpa, se escucharon unos gritos. Y José Cristóbal entró corriendo.

 

 

Maniobrando la jaula con el león, se había caído y roto la puerta. El león se había escapado. Al parecer el domador lo había querido dominar pero ahora se encontraba tirado en el piso boca abajo en un charco rojo.

 

 

José entró de prisa y se quedó, sin proponérselo, enfrentado con el león que lo miraba tratando de enseñarle todos los dientes. El viajero se quedó en la puerta sin moverse y sin saber qué hacer. La escena era curiosa porque José Cristóbal tenía pelo largo y claro y podía pasar por la melena de un león, la barba candado era rojiza. La diferencia radicaba en que el primero miraba en actitud acechante y José que tenía levantadas las manos para mostrarle las palmas, parecía ser la victima de un robo a mano armada. Caminó lentamente, el león lo seguía con la mirada y al mismo tiempo calculaba la distancia que los separaba para prepararse para saltar sobre él. José Cristóbal a su vez lo miraba y calculaba la distancia que los separaba de la silla que estaba tirada cerca de la pista del circo.

 

 

Todas las gradas ya estaban acomodadas para la función de última hora de la tarde. Además del domador que se hallaba tirado en el piso, se hallaban junto a la pista, dos asistentes con revólveres en la cintura que más bien parecían salidos de una película de convoy. O, de los tres chiflados.

 

 

José miraba con el borde del ojo y calculaba la distancia que lo separaba de la silla que se hallaba tirada. Nadie se movía ni siquiera respiraban. José se deslizaba un centímetro hacia la derecha y el león desvió la mirada unos grados, lo seguía.

 

 

De pronto y sin que mediara ninguna orden, José Cristóbal saltó sobre la silla y el león saltó sobre él. José cayó, rodó y al mismo tiempo agarró la silla que en un solo movimiento la estrelló sobre la nariz del león. El gran felino se detuvo casi en seco y sacudió la cabeza al haber sentido el doloroso impacto sobre su trompa. Todo fue decimas de segundos pero fue lo suficiente para que José cayera al costado del animal, entonces los asistentes sacaron las armas y dispararon múltiples proyectiles de los cuales solo uno tuvo éxito; lo suficiente para que el león hiciera gestos de sorpresa y cayera junto a José.

 

 

El viajero se le acercó y le expresó que todo había sido muy arrojado de su parte, ante lo cual José le respondió que todo estaba bajo control.

 

 


Delta.

 

 

Al pasar junto a la carpa, se escucharon unos gritos. Y José Cristóbal entró corriendo.

 

 

Maniobrando la jaula con el león, se había caído y roto la puerta. El león se había escapado. Al parecer el domador lo había querido dominar pero ahora se encontraba tirado en el piso boca abajo en un charco rojo.

 

 

José entró de prisa y se quedó, sin proponérselo, enfrentado con el león que lo miraba tratando de enseñarle todos los dientes.

 

 

De pronto y sin que mediara ninguna orden, José Cristóbal saltó sobre la silla y el león saltó sobre él. José cayó, rodó y al mismo tiempo agarró la silla que en un solo movimiento la estrelló sobre la nariz del león. El gran felino se detuvo casi en seco y sacudió la cabeza al haber sentido el doloroso impacto sobre su trompa. Todo fue decimas de segundos pero fue lo suficiente para que José cayera al costado del animal, entonces los asistentes sacaron las armas y dispararon múltiples proyectiles que no fueron efectivos. El león retrocedió un paso, tomó distancia y proyectó un zarpazo que le hizo impacto en el abdomen de José; casi al mismo instante, se oyó otro disparo que acertó sobre la cabeza del gran felino. El viajero había tomado uno de los revólveres que habían empuñado los asistentes. Se hallaba paralizado, solo atinó a gritar que llamaran una ambulancia. José agarrándose el abdomen con las dos manos, volvió a caer en el piso.

 

 


Delta.

 

 

Al pasar junto a la carpa, se escucharon unos gritos. Y José Cristóbal entró corriendo. El gran felino se detuvo casi en seco y sacudió la cabeza al haber sentido el doloroso impacto sobre su trompa. Todo fue decimas de segundos pero fue lo suficiente para que José cayera al costado del animal, entonces los asistentes sacaron las armas y dispararon múltiples proyectiles pero José ya había sido alcanzado en el cuello por las garras del enorme felino. Un enorme charco de sangre comenzó a formarse bajo el cuerpo inerte de José.

 

 


Épsilon

 

 

Mientras salían de la carpa de aquel circo en la colectora del Acceso Oeste, el Viajero se alisó su corto pelo castaño y se rascó la tupida barba, entonces rompió el silencio:

 

 

-Creo que fue muy desatinado entrar de esa manera en el circo. Pudiste haber salido herido o, incluso, muerto.

 

 

-No. Ya te había dicho que estaba todo controlado. El tema es que yo puedo dominar lo que pasa en todo momento.

 

 

-Disculpame que no esté de acuerdo. Pero ese león te podría haber matado. No es una ilusión óptica.

 

 

-Ya te dije que en todo momento tenía todo bajo control. Vení seguime- dijo José mientras con todo el brazo señalaba la baranda que ascendía del cruce sobre el acceso hacia el supermercado que había del otro lado. Se apoyaron contra la baranda, acodados como si se tratara de la barra de un bar. Luego de unos minutos, el Viajero no pudo con la expectativa y preguntó:

 

 

-¿Qué se supone que estamos esperando?

 

 

-Esperá unos minutos más.-contestó José llevando una mano a la boca como si estuviera pidiendo silencio.

 

 

Desde diferentes lugares, llegaron y se detuvieron en la entrada del circo, una ambulancia común y un patrullero con otra ambulancia pero de color azul. Las personas que descendieron de ellas tuvieron unos minutos en el interior y luego salieron de prisa tenían una camilla, sobre ella había una persona manchada en su abdomen con sangre, tenía el pelo largo claro y barba candado; de lejos parecidos que se encontraron de un hermano de José Cristóbal. Lo subieron a la ambulancia blanca y partieron de prisa con la luz y la sirena encendida. La otra ambulancia con el patrullero, permanentemente detenidos en la puerta del circo durante varios minutos más. Luego salieron con un cuerpo totalmente tapado y lo introdujeron en la ambulancia azul. Partió lentamente en sentido opuesto a la primera ambulancia.

 

 

Cuando la ambulancia desapareció a lo lejos, el Viajero se dio vuelta y miró a José directamente a los ojos. Solo atinó a decir:

 

 

-No entiendo.

 

 

-Claro, yo dije que tenía todo bajo control. Es cierto, yo controlo todas las posibilidades en cualquier momento de nuestras vidas. En esa carpa yo salí ileso, yo salí herido y yo salí muerto. El tema es más fácil de lo que parece: en la vida diaria nos pasamos tomando decisiones cada vez que llegamos a una encrucijada. Cuando llegamos a un punto en que tenemos que tomar decisiones acerca de diferentes alternativas, elegimos una y descartamos las demás; yo tengo la posibilidad de elegir todas. Y seguir viviendo en todas y cada una de las oportunidades. Alguna vez un escritor propuso que puede tener un jardín con los senderos que se bifurcaban pero yo más bien lo comparo con el Delta del Tigre con bifurcaciones de los brazos del río pero con el flujo que viene pero que también puede circular en sentido contrario.

 

 


Dseta

 

 

José Cristóbal le hizo señas que lo siguiera; iba siendo hora de comer. El Viajero lo siguió y al cabo de varios pasos logró ponerse a su lado. Cruzaron el puente por encima del acceso Oeste. Cuando llegaron al otro lado, el Viajero hizo el amague de entrar en el supermercado. Pero José lo frenó diciéndole que irían a otro lado y siguió caminando. El Viajero comenzó a preguntar:

 

 

-Cómo es posible que todo esto estuviera…

 

 

José lo interrumpió levantando la mano. Le dijo:

 

 

-Esperá…me tengo que concentrar. Luego seguimos debatiendo.

 

 

Entonces, a medida que iban caminando por la colectora, el paisaje se iba cambiando hacia un Bulevar y en una de las esquinas leyeron un cartel que decía: Sebastopol.

 

 

Entonces, José volvió a abrir los ojos y dijo:

 

 

-¿Qué me venías diciendo?

 

 

-Que no entiendo cómo podemos cambiar de escenarios y de tiempos sin que tenga explicación.

 

 

-Sí. Todo tiene explicación. Lo que pasa es que a veces no la encontramos. Venimos aquí porque tengo ganas de comer salchichas con Chucrut. Conozco un lugarcito donde traen un  choucrout que elaboran en Alsacia.

 

 

-Sí, todo tiene una explicación. Pero no me refiero a ir donde sabemos que hay buena comida sino cómo llegar a ese sitio. Me refiero que estamos caminando por el Gran Buenos Aires y de repente estamos en Paris, consumiendo comida traída desde los límites con Alemania. Cómo explicar todos estos cambios. Cómo explicarlos desde una lógica aceptable.

 

 

-Todo tiene explicación. Solo que a veces no estamos capacitados para entenderlas. Todo tiene lógica. Solo nosotros no tenemos lógica.

 

 

-Pero nosotros tenemos una lógica que no explica cómo podemos desplazarnos en el tiempo y en el espacio. Acaso sos un extraterrestre o tal vez un demente que quiere hacerme creer que tiene poderes extraordinarios.

 

 

-Ni lo uno, ni lo otro- dijo mientras continuaba caminando por el Bulevar Sebastopol rumbo al local donde vendían salchichas con Chucrut.

 

 

-¿Entonces cual es la lógica?-preguntó el Viajero tratando de seguir el paso apresurado que José había adoptado.

 

 

-Te puedo explicar cómo desplazarse en el tiempo y en el espacio.

 

 

-Eso me interesaría pero también lo que me intriga es todo sobre tu vida, para qué estás aquí  para qué me buscaste.

 

 

-Yo no te busqué. Vos me encontraste a mí. Vos viniste a buscar que yo te asesore.

 

 

-Entonces, ¿no mandaste al pasajero del tren a que me encuentre y me dijera dónde buscarte?

 

 

-No. Jamás. Yo simplemente estaba sentado en una plaza en Morón y un día apareciste vos a escuchar cuanto tenía para comunicarte. Yo no te mandé a buscar, vos fuiste el que me buscaste.

 

 

-Entonces…

 

 

-Sí. Yo puedo vivir sin tener a alguien a quien asesorar. Sos vos el que necesita de alguien que le dé respuestas…y para eso es que estoy aquí.

 

 

Por un momento José dejo de hablar y miró a una persona que pasó junto a ellos con un paso más rápido.

 

 

-Ves-le dijo-Ese que nos acaba de pasar es Horacio Oliveira.

 

 

Eso quiere decir que si caminamos paralelamente a una cuadra hacia la derecha, nos vamos a encontrar con Pier Fournier que realiza todo un itinerario complicado para no cruzarse con Oliveira en la intersección de Rue de Seine y Quai de Conti.

 

 

-¿Entonces?

 

 

-Vení compramos salchichas y mientras comemos charlamos.

 

 

El local era relativamente pequeño a lo que era otros que había sobre la misma calle. Compraron y, con los platos, salieron nuevamente a la calle y se sentaron en la vereda en las mesitas que había en ella enmarcadas en unas bajas barandas, sobre unos Decks de madera. Una de las ventajas de desplazarse en el espacio es que uno puede elegir los países de tal manera que, por la diferencia de horarios, pasarse todo el día comiendo sin parar.

 

 

Años después, el viajero recordaría que semejantes revelaciones fueron dichas mientras comían tres salchichas cada uno acompañadas de chucrut y remojadas con vino Chablis.

 

 

-Todo esto es muy complejo-dijo José mirando hacia adelante, hacia el vacío-Trataré de explicar: Si tomamos la realidad como una cinta de una película, y eso representa el universo tal como lo conocemos; y suponiendo que un actor pudiera salir de esa cinta hacia otra dimensión del universo, y permanecer en esta dimensión. Este actor sería un espectador privilegiado que podría mirar desde otro ángulo la realidad tal como la conocemos. También podría adelantar o atrasar la cinta y ver en el futuro o en el pasado. Luego se puede añadir a la cinta en el momento que elige. En lugar de hacia adelante y hacia atrás, la cinta se puede desplazar hacia los costados y de esa forma pasar de un sitio a otro del planeta en cuestión de segundos. Estos cambios de paisajes no se pueden hacer en cualquier lado y debemos encontrar lo que llamamos nodos de unión. Son lugares tan disimiles como cabinas de cajeros automáticos o autopistas concurridas o grandes espacios despejados al cielo. Creemos que está relacionado con la energía solar en las grandes plazas, la estática en las autopistas y la inducción electromagnética en los cajeros. Aun no se explica cómo estos sucesos no ocurren en los viajes en subterráneos que cuentan con la estática del desplazamiento a velocidad y la energía eléctrica proporcionada por los cables de alta tensión o los 3er rieles. Alguna vez alguien elaboró la teoría de que a los subterráneos, solo le falta que completen una línea que circunvale a toda la ciudad de Buenos Aires para que el circuito se cierre. Hasta el momento, la teoría no ha sido demostrada.

 

 


Epsilon

 

 

La ambulancia aminoró la marcha y desconectó la sirena; ya habían llegado al Hospital que quedaba a pocas cuadras. Entraron de prisa a la guardia, José tenía dos guías de suero en los brazos y una en el cuello. Lo pasaron casi tirándolo sobre una de las camas de la guardia donde ya estaban avisados los cirujanos que revisaron las heridas con toda prisa. Alguien cortó con tijeras la parte superior de la ropa, otro lo conectó a un monitor, alguien dijo que lo agruparan y otro dijo que avisaran a quirófano que lo subían. En muy poco tiempo, José había pasado de caminar frente a un circo a estar en una UTI con una amplia cicatriz que le partía al medio el abdomen. Pero estaba vivo.

 

 


Epsilon

 

 

La ambulancia entró de culata a ese frio lugar que quedaba a la vuelta de la comisaria. Entre dos personas forcejearon con el cuerpo inerte y lo depositaron en una de las duras camillas de cemento revestidas con azulejos. A primera vista el cuerpo inerte dejado sobre esa mesada, parecía tirado. Antes de irse, uno de los que habían forcejeado desde la ambulancia, volvió sobre sus pasos y trató de dejarlo lo más “derecho” posible. De esta manera, se asemejaba más a alguien durmiendo y no a un cadáver. Junto a él había dos camillas de cemento más, estaban vacías e inmaculadamente limpias; todo era frio y silencio. Todo era extremadamente solo. El Viajero siempre sostuvo que el cuerpo solo era un estuche pero no por eso había que minimizarlo. Odiaba a los que sostenían que no había que cuidar el exterior porque lo más importante estaba adentro. Lo adentro era reflejo de lo exterior y viceversa; el cuerpo es reflejo del alma.

 

 


Dseta.

 

 

Finalmente llegaron al sitio que buscaban y se hallaban comiendo salchichas con Chucrut, filosofando con el tema del tiempo y el espacio. Después decidirían que comerían a la noche. Mientras tanto trataban de determinar quién necesitaba a quien.

 

 

-Es indudable que yo puedo pasar todo el resto de mi vida sin tener que depender de alguien que me escuche-dijo José Cristóbal.

 

 

El Viajero le anticipó que a la noche, iba a ser choripán y que mientras tanto la indefinición de la película que representaba nuestro presente, iba a ser indefinido como nosotros.

 

 

José Cristóbal comenzó a hablar como tantas otras veces. Como si estuviera en trance, con la mirada fija al frente sin ver nada de lo que los rodeaba:

 

 

-He tratado de entender a la humanidad desde hace tiempo. Tal vez…de toda mi vida. No es fácil. Por momentos, cuando creo que ya he entendido como funciona la mente humana, me sorprende con alguna actitud inesperada. El ser humano es capaz de la vileza más grande y por momentos de la acción más noble de la historia.

 

 

-Creo que el ser humano no tiene cura.-Dijo el Viajero mientras terminaba de comer su salchicha -Pasa de la bondad superlativa a la maldad más horrenda.

 

 

-No -dijo José- no creo que en el ser humano todo sea tan blanco y negro. Creo que tiene que haber matices. Tiene que haber grises. Nadie es totalmente malo ni, lamentablemente, totalmente malo.

 

 

Las salchichas que servían en ese pequeño local eran muy particulares. A la típica salchicha de Viena, la ponían en un típico pan, le agregaban abundante queso cremoso sobre ella y la llevaban al horno para que se dorara el pan y se derritiera el queso. Ambos pidieron otra vuelta. Y otras dos copas de Chablis.

 

 

-Lo raro-dijo José- es que el propio ser humano define a sus congéneres como buenos o malos en base a determinados parámetros que distan mucho de ser la verdad absoluta.

 

 

-¿cómo?

 

 

-Sí. El ser humano se define, y a su vez clasifica, a cada uno como bueno o malo. Y no hay posibilidad, después de definido, que una persona pase de un bando a otro.

 

 


Epsilon.

 

 

Ya habían pasado 48 hs desde que ingresara a la guardia de aquel Hospital. Y en verdad la mejoría se hacía sentir. El análisis de laboratorio que le habían sacado en la mañana en ayunas, informaba que internamente, José Cristóbal se hallaba compensado. Ya habían ensayado la increíble dieta del caldo de zapallo y la había tolerado. Le habían explicado que la molestia que sentía en la panza era debido al hambre y no al arañazo del gran felino, sabía que el alta se acercaba. Sabía que poniendo buena cara, sonriendo y festejando los chistes malos del grupo de médicos que lo examinaba todas las mañanas, podía convencer al jefe de servicio para que le diera el alta.

 

 


Epsilon.

 

 

Ya habían pasado 48 hs. desde que ingresara a la guardia de aquel Hospital. Y en verdad la mejoría se hacía sentir. El análisis de laboratorio que le habían sacado en la mañana en ayunas, informaba que internamente, José Cristóbal se hallaba compensado.

 

 

Sin embargo no se sentía bien. Lo habían tratado de convencer que el malestar que sentía en la panza, se trataba de hambre por alimentarse solo a caldo de gallina. Pero él no se sentía bien. Sintió que todo giraba en torno a él y coincidió con que el apósito se volviera a manchar con abundante sangre. Quiso apretar el botón para llamar a la enfermera. No lo consiguió.

 

 

En el pase de sala lo encontraron pálido, manchado de sangre y con la temperatura que disminuía inexorablemente. El jefe de servicio lanzó una puteada al aire.

 

 


Dseta.

 

 

Terminaron de comer la tercer salchicha, aún había restos de Chucrut en la fuente, el pequeño tenedor atentaba contra la misión de levantar y comer hasta la última fracción del ácido vegetal.

 

 

Ambos se recostaron hacia atrás en sus asientos. Miraron con detenimiento la copa de cada uno sobre la mesa, aún quedaban un par de tragos en cada una. No tenían apuro. En Buenos Aires seguía siendo el medio día aunque en esa arteria de la ciudad de París estaba atardeciendo lentamente.

 

 

-…lo que hasta ahora no se ha logrado demostrar,-decía José mientras miraba a través de la transparencia de la copa-es si el ser humano es esencialmente malo y tiene atisbos de bueno; o si es bueno y, por momentos, tiene inclinación hacia la maldad.

 

 

-¿Y cómo saber esto?-dijo el Viajero mientras miraba hacia el fondo de Sebastopol-No hay ninguna ecuación que lo demuestre ni ninguna máquina que lo mensure.

 

 

El mozo comenzó a limpiar la mesa y se llevó los platos. Solo les dejó las copas que se hallaban casi vacías. Se dieron cuenta que debían dejar el lugar a otros comensales. José pidió la cuenta. Esta vez pagaba él.

 

 

Como un ejercicio mental, el Viajero miró la cuenta y luego, cuando estuviera solo, contó la plata que había en su morral. Las cifras coincidían. Nunca pudo saber cómo era el tema. Cuando recorría el tren le daban monedas en pesos argentinos, cuando contaba para pagar en París, encontraba Euros que nadie le había dado. Tantas anormalidades…ya se estaba acostumbrando a lo inexplicable.

 

 


Epsilon.

 

 

…y finalmente lo hallaron en buenas condiciones. Bien de estado de ánimo, bien la evolución de la herida, bien los parámetros vitales, bien el laboratorio.

 

 

Entonces le dieron el tan ansiado trofeo, un papel decía el día y la hora en que debía presentarse para control y curación. Le habían dado el alta.

 

 

Se vistió lentamente y salió del hospital también lentamente. Aun le “tiraba” la herida. Cuando salió a la vereda, vio a pocos metros al Viajero que caminaba rápidamente porque se le había hecho tarde, lo pasaba a buscar porque sabía que le iban a dar el alta.

 

 


Epsilon.

 

 

Entre dos personas forcejearon con el cuerpo inerte y lo depositaron en una de las duras camillas de cemento revestidas con azulejos. A primera vista el cuerpo inerte dejado sobre esa mesada, parecía tirado. Antes de irse, uno de los que habían forcejeado desde la habitación, volvió sobre sus pasos y trató de dejarlo lo más “derecho” posible. De esta manera, se asemejaba más a alguien durmiendo y no a un cadáver. Junto a él había dos camillas de cemento más; estaban vacías e inmaculadamente limpias; todo era frio y silencio. Todo era extremadamente solo. El Viajero siempre sostuvo que el cuerpo solo era un estuche pero no por eso había que minimizarlo. Odiaba a los que sostenían que no había que cuidar el exterior porque lo más importante estaba adentro. Lo adentro era reflejo de lo exterior y viceversa; el cuerpo es reflejo del alma.

 

 


 

 

Dseta.

 

 

El Viajero salió del cajero automático, enrolló las frazadas como tantos otros días y se lo entregó al kiosquero.

 

 

Al mismo tiempo en otro sitio, José Cristóbal salía de la internación del hospital que se hallaba a pocas cuadras del Acceso Oeste.

 

 

Caminó en sentido contrario a la circulación de aquella colectora. En la subida Derqui dobló hacia la izquierda y avanzó por una avenida luego pasó a un boulevard y, luego de un cambio de ángulo pasó a una calle de una sola mano. Cruzó las vías, avanzó una cuadra y al desembocar en la plaza principal, buscó la figura del gallo y se sentó a meditar en el banco más cercano. Se concentró en el tema del cuida coches. Era el tema de la ira, la violencia y la esencia humana.

 

 


Siete.

 

 

Por acá vemos una calle cortada por detrás del Museo de Morón. Por allá vemos un chofer tratando de estacionar un automóvil. Mucho más acá vemos un motoquero que toma un atajo para llegar hasta el túnel que pasa por debajo de las vías.

 

 

Nos acercamos un poco más y podemos escuchar la discusión entre el chofer y el cuida coches.

 

 

-Jefe…dejalo por acá y te lo cuidamos por un par de pesitos para la birra.

 

 

-No me jodás. La ciudad es de todos. Esta vereda no es tuya.

 

 

-…pero yo te lo cuido que no te lo rayen y con un par de pesitos que no te cuesta mucho, nosotros nos compramos una birra y todos felices y contentos.

 

 

-No jodás- dijo el dueño del coche-si querés guita andá a trabajar.

 

 

-Estoy trabajando…te cuido el coche para que no te lo rayen.

 

 

-…no tienen por qué rayarlo.

 

 

Pasaron unos instantes y el dueño del coche se alejó rumbo a su trabajo mientras el cuida coche seguía dando vueltas tratando de convencer que si le pagaban un par de pesitos, el auto estaría protegido contra las rayaduras.

 

 

Un motoquero que toma el atajo para llegar hasta el túnel, pasa por el lugar donde habían estado discutiendo los dos. En una mala maniobra se acerca mucho al automóvil y con el pedalín rosa el costado izquierdo del automóvil.

 

 

Pasaron varias horas y el conductor finalizó con las tareas del día para su trabajo. Recién al regresar y verlo con la poca luz del atardecer, se dio cuenta que las puertas izquierdas, estaban rayadas.

 

 

Entonces pensó que el cuida coches que le había solicitado plata para cuidarle, le había rayado el coche en represalia. A su vez mientras el cuida coches regresaba a su casa, estaba enojado pensando: qué le costaba una moneda. Entonces dos personas que ni siguiera se conocían, se mandaban maldiciones mutuamente, mientras que una tercera persona, sobre una moto ni siquiera se había enterado que al pasar había rayado un automóvil. No sabía que, posiblemente, su mala maniobra haría que al día siguiente dos personas discutieran e incluso se agarraran a trompadas en pos de una ira injustificada.

 

 


Dseta.

 

 

 José Cristóbal recorrió lentamente cada uno de los caminos interiores de la plaza viendo a la gente, tratando de entender sus formas de ser, la esencia del concepto humano.

 

 

José no entendía a los seres humanos ni a las seres humanas.

 

 

José creía que los Hums, como le gustaba decir, eran esencialmente malos y por momentos podían tener algún atisbo de bondad. Pero no los juzgaba, creía que pese a toda la evolución desde que dejara la sabana de África y se  refugiara en la ciudad, el ser humano seguía siendo todavía salvaje.

 

 

…Y siguió caminando. Encontró finalmente el asiento donde había pasado más tiempo que en su propia cama. Se sentó en él y se desconectó del resto del universo. Como siempre, fijó su vista hacia adelante a algún punto inexistente en el infinito.

 

 

Pensó que los Hums eran esencialmente malos sino como se entendía las respuestas desmedidas cuando el auto que va delante se le para el motor y se prende como loco a la bocina. Como se entiende que la gente le pegue a la pared para luego aparecer con un yeso porque se fracturaron. Como se entiendes que las barras se rompan la cara solo por el resultado de un partido de futbol. Como se entiende que cuando un viejito cruza la calle lentamente, le tiren el auto encima y casi lo rocen a cien kilómetros por hora. Como entender que la gente se mate por llegar más rápido a una playa para pasar unos días “tranquilos”. Como se mata trabajando para conseguir algo para la casa y finalmente nunca se está en esa casa porque se lo pasa en el trabajo. Por qué se toma la autopista que cuesta plata porque “se anda más rápido” y finalmente hay demora de media hora en el peaje y otra vez a prendernos de la bocina. Bueno todo tiene su parte buena, por suerte el botón o la manijita de la bocina no es el gatillo de una ametralladora.

 

 

Además el resto de los animales no matan a congéneres para subsistir, en cambio el Hums es capaz de matar (de hambre) a un integrante de su propia especie, no solo para subsistir sino también para enriquecerse desmedidamente.

 

 

Miró hacia el lado de la municipalidad, donde habitualmente aparecía el viajero caminando lentamente. No vio nada. Miró las sombras para calcular la hora del día. Volvió a mirar hacia el lado de la municipalidad. ¿Faltaría a la cita?

 

 


Seis

 

 

Mientras tanto en Buenos Aires, el Viajero había dejado sus pertenencias al kiosquero y estaba contando las monedas para alquilar la habitación del hotel de los domingos. Se aseguró que tenía bañera. Horas más tarde, recostado sobre el borde de la bañera y casi tapado por agua tibia y burbujas, el Viajero meditaría sobre todo lo que había dicho José Cristóbal durante la semana. Pero había algo que no entendía, qué había enseñado José y para qué. Si no era extraterrestre, en qué consiste su habilidad para viajar en el tiempo y el espacio, y para qué le sirve. Era indudable que José no estaba de acuerdo a las cosas funcionaran bien, que los humanos se habían descarriado de su rumbo desde hace varios siglos.

 

 

Terminó de bañarse, se secó con el amplio toallón y se envolvió en él. Se arrimó a la ventana y miró hacia la calle de Moreno esquina Defensa. Se imaginó a José sentado en el mismo banco que siempre, esperó a él o tal vez disertando frente a otro discípulo.

 

 

Se perfumó generosamente con el perfume que dejaban en la habitación sobre una de las mesitas de luz. Le gustaba ese perfume, nunca supo que se conseguían a diez por veinte. Se arregló la barba y sacó del bolso la muda de ropa limpia que a la pasada había sacado del lavadero, el chino siempre le contaba el mismo chiste que él contestaba con una sonrisa aunque nunca lo había entendido, tal vez el chino solo se lo notó para ser amable y no para hacerlo reír. Así funcionaba la relación. Cuando terminó de vestirse, bajó a la calle y sentí a la Plaza de Mayo que quedaba a pocas cuadras, se envió en uno de los bancos y reflexionó cuanta historia que había pasado por esa plaza. Pensó que el tiempo se detuvo en esos lugares porque tal vez estaba sentado en el mismo banco que se envió aquel obrero que vino a gritar por su presidente o aquel otro que vino a pedir por sus familiares, o tal vez a sus espaldas alguien había gritado para saber de qué se consideran. Seguro que por esa plaza alguien había corrido para esquivar los fragmentos de mampostería que volaban por los aires.

 

 

Tal vez por eso José Cristóbal sostenía que en los lugares amplios y abiertos al cielo, confluían las líneas de intercepción de los diferentes universos que conducían a otros tiempos y a otras latitudes. Había algo que le daba vueltas en la cabeza, no lo dudó más, la próxima vez que se encontrara con José, se lo preguntaría directamente. ¿Qué es lo que pretendía con este mundo?

 

 

Se levantó y comenzó a caminar, calculó que se acercaba la hora de comer. Al finalizar la plaza hay como una diagonal que desemboca en la Avenida Alem, siguió caminando por ella rumbo a Retiro, antes de llegar había un pequeño restaurant, no era muy grande pero tenía mesas pequeñas que le hacían parecer mucho más amplio. Pidió carne a la cacerola con papas, de tomar pidió una botella de vino tinto. Como tenía confianza con el cocinero, le pidió que media botella se la volcara sobre la carne y la dejara un rato cocinándose en ese líquido. Él se tomaría la otra mitad durante la comida y la sobremesa. Mientras comía y bebía en una gruesa copa, pensó que algunas cosas tienen su ventaja: los vinos de la casa, solo tienen una variedad de tinto, en cambio, los vinos caros tienen tinto Cabernet, Sirah, Merlot, Malvec, Borgoña (medio pasado de moda pero que todavía garpa), Pinot Noir, y demás variedades que van apareciendo con el cambio de las modas. En ese restaurant había una televisión encendida que todo el mundo miraba sin prestar atención. Todas las noticias eran catastróficas, muerte, destrucción, efecto de los Hums sobre sus congéneres y sobre su bote a la deriva en el universo que era el planeta Tierra.

 

 

El viajero pensó que, supongamos que estamos en un naufragio, tiene cierta lógica eliminar al resto de los ocupantes  del bote para que la comida alcance pero que lógica tiene hacer agujeros en el fondo del bote que es nuestro único modo de sobrevivir, entonces ¿para qué dañamos a nuestro planeta?

 

 

En una de las charlas, José le había explicado que el planeta Tierra sobreviviría aun después de que el último Hums haya desaparecido. Cuando él le había preguntado sobre como sobreviviría el planeta sin los Hums, José solo le había contestado con una palabra: mejor.

 

 


Tres coma catorce

 

 

Pasamos tanto tiempo tratando de conseguir cosas que después no vamos a poder llevar con nosotros. Hay cosas que no ocupan espacio y son más fáciles de transportar. Cada cosa que aprendemos, cada vez que entendemos que somos parte de un todo en la naturaleza. Cada vez que entendemos que haciéndole mal a la naturaleza y nuestro entorno, solo conseguimos hacernos daño a nosotros mismos. Cada vez que nos elevamos como seres humanos, toda la humanidad gana.

 

 

El ser humano solo se diferencia de los demás porque logró tener conciencia de su propia existencia y de la existencia de los demás. Logró tener conciencia como integrante de un todo que llamó naturaleza. Convivió con ella dándole y recibiendo, y agradeciendo cada vez que recibía. Se denominó andino para dar a entender que pertenecía a un territorio donde el principal protagonista era la naturaleza: Los Andes. Pero un día perdió su rumbo y terminó creyendo que contemplar un electrodoméstico era placer mayor que contemplar un atardecer. Y más adelante se superó, no solo que trató con indiferencia a su Madre Tierra sino que hasta atentó contra su bienestar. Y luego de un tiempo se olvidó que era el hijo del sol y las estrellas y se convirtió en el hijo del dinero y lo veneró como a una deidad.

 

 

Y, no solo que lo adoró como a un Dios sino que pasó a no tener vida si no era a través del dinero y comenzó a reírse de las personas que esencialmente hacían cosas buenas pero que no daban dinero. Y creyó que el dinero podía comprar todo, incluso la felicidad. Y un día se dio cuenta que el dinero no le podía comprar la salud y la vida, ni siquiera un solo minuto de vida, y entonces ya fue tarde. Terminamos tapados por la misma tierra en el cementerio a la que no respetamos y tratamos de lastimar.

 

 


Cinco

 

 

Había pasado un día …y dos días, ahora era lunes. José se volvió a sentar sobre el mismo banco que lo hacía desde varios años. Entonces lo vio al Viajero que venía desde el lado de la municipalidad. Tenía pensado en este día hablar de la avaricia o tal vez plantear que en la actualidad existen otros pecados que se han agregado a los clásicos. Pero, entonces, el viajero no se sentó y quedó en silencio como siempre, se sentó y comenzó a preguntar. A José le interesó esta nueva versión del Viajero, odiaba a los discípulos complacientes que todo decían que sí. Prefería los que discutían y cuestionaban.

 

 

Entonces se explayó más abiertamente:

 

 

-mirá, mi misión es simple, soy el hermano de Jesucristo.

 

 

 El viajero había imaginado miles de explicaciones mientras transcurría su fin de semana en aquella pensión de la calle Moreno, pero esta lo superaba ampliamente.

 

 


Cuatro

 

 

Alguna vez el Viajero había asistido a la multiplicación de los panes que tanto lo había intrigado porque no entendía como habiendo pocos panes en esa reunión, como podían haber comido todos los comensales.

 

 

Como tantas veces, el Viajero caminaba solo por las noches haciendo tiempo para irse a dormir. Pasó por una iglesia y vio una reunión que se desarrollaba afuera en lo que serían los jardines. Estaban hablando de varios sacerdotes desaparecidos y al final, hicieron el ritual que el Viajero jamás olvidaría. Solo consistía en poder comer todos con unos pocos panes. El sacerdote entregó cuatro panes entre los que estaban en primera fila y aparentemente los que ya sabían en qué consistía. Cada uno dividió el pan en dos y pasó ambos pedazos, a su vez cada uno de los que recibía un pedazo los partía en dos y los pasaba. Así todos los pedazos fueron dando vuelta y todos tuvieron un pedazo en la mano, y el último se quedó con un pedazo y entregó el otro al sacerdote que había empezado la vuelta. Cada uno comió su pedazo de pan y alcanzó para todos. Este método solo falla si alguno se queda con dos pedazos y no pasa el que no le corresponde. Entonces después de mucho tiempo, el Viajero entendió que la multiplicación de los panes era una metáfora relacionada con el hecho de repartir equitativamente.

 

 


Tres

 

 

-¿No sé qué te causa tanta gracia?

 

 

-Nada. Es que me resulta insólito. No me esperaba semejante confesión.

 

 

-Bueno, ándate acostumbrando porque estoy esperando tres discípulos más.

 

 

Por un momento, el Viajero pensó que aún no se había despertado pero entonces, cuando vio a los otros tres personajes que se aproximaban desde puntos diferentes, cayó en la cuenta que todo era real. Y sintió temor.

 

 


Dos

 

 

En la televisión que se hallaba encendida mientras la mayoría en ese restaurant comían, estaban pasando un programa que casi nadie miraba. Dos personas parecían conversar entre sí pero en realidad solo monologaban uno a continuación del otro.

 

 

-Mi ignorancia me lleva a preguntarme ¿Cómo ayudará este descubrimiento a responderme, por qué estoy aquí? Una de las prioridades de nuestro pequeño planeta y de quienes habitamos es contribuir con la paz. El entendimiento y la evidencia de la existencia del bosón de Higgs ¿cómo nos ayudará? Estamos orgullosos por los grandes avances de la ciencia pero continuamos con nuestros viejos instintos de destrucción; el bosón y su significado ¿nos ayudará? Tiene alguien una palabra de sabiduría para mi ignorancia.

 

 

-Bueno, Manuel, el conocimiento siempre ayuda, estudiar partículas y átomos nos llevó a la destrucción en algunos casos, pero también nos trajo la medicina moderna, desde tomógrafos hasta el trabajo con células madres para extender la vida y mejorarla, el conocimiento es el primer paso, luego qué hacemos con él dependerá del ser humano, donde conviven los instintos básicos de conservación, destrucción y reproducción. Un abrazo,...solo es un punto de vista.

 

 


Siete

 

 

Algunos creen que la discriminación es una derivación directa del pecado de la soberbia. ¿Cómo ejercer el orgullo desmedido cuando todos somos iguales? Si algún viajero de otro planeta nos observara, pensaría que somos todos iguales como a nosotros nos parecen que son todos iguales las razas de perros o los peces de la misma especie. Entonces tratamos de convencernos que hay diferencia y las buscamos en las sutilezas que en ningún momento serviría para diferenciar a alguien de otra persona. Entonces buscamos que aquel es más amarillo que yo, que aquel otro es más oscuro, que aquel otro es más petizo…y, cuando no encontramos diferencias valederas argumentamos que aquel es más pobre que yo. La plata se puede perder o quemar, incluso la piel se puede llegar a aclarar, los acentos regionales se pueden modificar, pero seguiremos siendo los mismos brutos de siempre. Se cree que la tecnología ha avanzado pero los Hums siguen siendo los mismos que hacían dibujos en las cuevas. Vivimos esclavos de la tecnología y ni siquiera sabemos cómo funciona el teléfono que casi todos llevan en el bolsillo; ni siquiera el gerente general a nivel mundial de la compañía más importante de fabricante de teléfonos celulares.

 

 

Todo esto da lugar a la discriminación porque en lugar de querer “elevarnos” como personas, tratamos de “bajar” a los demás.

 

 

Sin embargo hay algo peor, porque los Hums nos superamos todos los días. Es ignorar al otro. Alguna vez prestaste atención que atención se le presta al que solicita una moneda o trata de vender pañuelos descartables. Incluso en otras circunstancias, tampoco se le presta atención  a la gente que se agolpa en la sala de espera, solo son siluetas sin rostros y sin sexo ni edad. Se mensura si son muchos o pocos pero no como individuos. Aun al que se le compra un paquete o unas medias, solo recordamos desde la mitad del antebrazo, la mano y el paquete con tres medias que se introdujo en nuestro vehículo. Tal vez esta sea la mayor discriminación, el ignorar al otro o pensar que es alguien que no existe.

 

 


Tres

 

 

Las tres personas se fueron acercando al banco donde se hallaban José Cristóbal y el Viajero y formaron un compacto grupo de un maestro y cuatro discípulos.

 

 

Los acomodó de tal manera que cada uno quedaba con las espaldas del sitio de donde venía. Al principio, el Viajero no se había dado cuenta de esta particularidad. Solo lo notó cuando cada uno se fue presentando y diciendo desde donde venía, José dijo que de esa manera, se alinean las fuerzas vitales con las de La Tierra. Porque jamás hay que ir en contra de las fuerzas de la naturaleza; no temerle, solo respetarla.

 

 

Hubo un largo instante de silencio. Nadie sabía qué hacer. El viajero aprovechó ese tiempo para observar a los otros tres discípulos. El que venía del norte era oscuro de facciones que daban a suponer que alguno de sus antepasados fue de África. El que venía del sur era de ojos rasgados y tez amarillenta. El que venía del oeste era un poco más alto que los demás y su pelo era rubio y su barba rojiza. Al cabo de unos minutos, José suspiró profundo y comenzó a hablar.

 

 

-Los he reunido aquí para que se conozcan entre ustedes, yo he estado en contacto con ustedes durante bastante tiempo para saber que son las personas que me resultarán útiles en la tarea que debo realizar.

 

 

Tres de los presentes dijeron cuente con nosotros, solo el Viajero se quedó en silencio. No estaba meditando, solo que no quería contestar lo que suponía que iba a decir.

 

 

-No me extenderé mucho, estamos aquí reunidos para determinar culpables o inocentes.

 

 

Todos se miraron entre sí, el Viajero sabía de antemano lo que tenía planificado José Cristóbal. No habló, se limitó a escuchar mientras los otros componentes no podían pasar sin dar alguna opinión creyéndose los “elegidos” entre millones. José ya lo había dicho pero ahora se había olvidado. Todos los reunidos en esa plaza iban a asentir con lo que dijera por el solo hecho que era el que “mandaba”. Nunca nadie se cuestionaría si lo que decía José era real o el producto de una mente que deliraba.

 

 

-Yo creo que todos son culpables. Los Hums son todos malos, con pensamientos malos y accionar malo. Creo que su permanencia en este mundo, que también están afectando, es inadmisible. Creo que nosotros debemos ser los artífices de la eliminación de los Hums sobre la faz de La Tierra.

 

 

-Sí- dijeron todos al unísono. Menos el Viajero.

 

 

-He estado observando los comportamientos de miles de personas y he llegado a la conclusión que la maldad es irremediable y generalizada.

 

 

Entonces el Viajero que hasta ese momento había estado en silencio, habló:

 

 

-Detenete.

 

 

Y todo el universo se paralizó salvo José Cristóbal y el propio Viajero. Era curioso ver a las palomas suspendidas en el aire sin mover las alas, y los chorros de agua de las fuentes como si estuvieran congelados.

 

 

Entonces el Viajero dijo con tono severo como nunca había pronunciado:

 

 

-No estoy de acuerdo con todo lo que estás diciendo, no todos son malos. Parece como si solo te estuvieras guiando por los noticieros de televisión que solo pasan noticias catastróficas. Seguime y te lo voy a demostrar.

 

 

Y caminaron por la plaza.

 

 

-Ves-dijo el Viajero-Acá hay un joven dándole una flor a su querida. Acá hay gente que hace cosas artesanales y alguien las compra porque les alegra la vida. Acá hay otro joven llevando del brazo a una anciana para ayudarla a cruzar la calle. En el fondo sobre una de las paredes de la Municipalidad. Hay un cartel que todavía siguen buscando a un desaparecido. Y esto es solo la plaza. Si salimos de la plaza, si salimos de la ciudad, si salimos de la provincia, si salimos del país…siempre vamos a encontrar alguien que esté haciendo algo bueno. También vamos a encontrar alguien que haga algo malo pero solo se trata del delicado equilibrio entre el bien y el mal y en la ecuación siempre gana el bien.

 

 

-Entonces como me explicás que haya desigualdad económica tal que en países que pueden alimentas a varios países más, haya gente que se muera de hambre. Como me explicas que en lugares supuestamente civilizados, se gaste más en armas que en recursos de salud. Como me explicas que la gente gaste miles de pesos en autos lujosos y trata de economizar cuando se trata de gastar para la salud del abuelo.

 

 

-…Y como me explicás que la gente arriesgue sus vidas para salvar a alguien que se ha accidentado. Que arriesgue su vida para salvar a un animalito en una autopista. Que después de haberle tocado bocina como un loco, se baje y lo ayude a empujar el auto cuando se da cuenta que en realidad no avanzaba porque el motor se le había detenido. Creo que pensar que los Hums son esencialmente malos, es simplificar algo que de por si es complejo.

 

 

-Creo que el que estás simplificando las cosas sos vos. Es evidente que los Humes actúan bien cuando no piensan. Todas las acciones que me enunciaste, son hechas automáticamente. Las cosas malas son las que hacen cuando tienen tiempo de pensar, de especular. Ahí es cuando los Hums pueden relucir su maldad. Además-dijo José mientras se pasaba la mano izquierda por la barba-No todo es tan blanco y tan negro como vos lo describe. Hay grises y es ahí cuando los Huesos fallan, cuando se presenta la incertidumbre de hacer las cosas bien o mal, los Huesos optan por hacerlas mal.

 

 

-Sí, pero cuando las hacen sin pensar, es lo que está aflorando lo mejor que los humos llevan en su interior.

 

 

-Creo que estás mostrando signos de debilidad al defensor lo indefendible. Movete

 

 

Y, al mismo tiempo, todo volvió a desplazarse normalmente. Las palomas siguieron volando y el agua cayeron en las fuentes.

 

 

-Detenete-gritó el Viajero.

 

 

Y todo volvió a quedar congelado. Entonces José Cristóbal notó algo que no había anunciado en la detención del universo anterior: era el Viajero el que había detenido. Indudablemente no se había equivocado cuando lo había elegido, sabía que tenía algo especial. No era uno más del montón, algo especial tenía. Entonces siguió insistiendo:

 

 

-Los Hums deben finalizar sobre la Tierra, ya están sentenciados. Movete

 

 

Entonces los otros tres participantes encontraron un movimiento y se encontraron con una discusión por la mitad. Los Hums van a ser eliminados y nos encargaremos nosotros cuatro, si no querés participar ... -dijo José con cierto tono de disgusto-vamos a usar el poder de todos en conjunto y haremos una gran explosión en Estados Unidos, luego en medio oriente y en Rusia y en China. Cada uno pensará que está siendo atacado por sus enemigos y no dudará en usar el armamento nuclear para arrasar con los otros países. Estados Unidos cree tener muchos enemigos. A decir verdad, cree que todo el mundo es su enemigo y su gran maldad solo es superada por su capacidad armamentística. Todo va a salir redondo, Los humanos se van a destruir a sí mismos debido a la extrema maldad que perdió.

 

 

Ambos se miraron con cierto grado de enojo mientras los otros tres no entendían de qué se enfrentaron.

 

 

-Me voy a cargar el resto del mundo-dijo José al borde de perder la serenidad-y ​​luego me encargaré de Vos.

 

 

-No lo harás.

 

 


Uno

 

 

En una de mis otras vidas (relataba el Viajero), cuando estaba abocado a la tarea de escribir una inmensa biblioteca, conocí a Dios, o al Creador, o como les guste llamarlo. El me presentó a cuatro jinetes que iban a recorrer la Tierra ya sus dos hijos. En aquella época, el hijo menor aún no había visitado la Tierra.

 

 

José lo miró fijamente durante varios minutos sin decir nada y luego giró sobre sus talones y se alejó hacia el centro de la plaza acompañado por unos pasos atrás por las otras tres personas.

 

 

El viajero lo siguió con paso apresurado y cuando se encuentra a tres metros, le dijo en vos alta para que lo escucharan:

 

 

-Todo esto es una farsa. Conozco al verdadero hijo de Dios, al hermano de Jesucristo, y vos no sos. Todo esto es un engaño y los está arrastrando a una locura. Él no es nadie.

 

 

José Cristóbal giró y lo miró con ira. Llevó su mano derecha a la sien. Todos se cubrieron el rostro como cuando va a caer un rayo ... y no pasó nada.

 

 

José Cristóbal se aflojó y modificaron caer sobre sí mismo. El fuerte golpe que dio su cabeza en las baldosas, hizo estremecer a más de uno. Las tres personas que hasta ese momento los habían acompañado, corrían cada uno hacia una dirección diferente. Solo el Viajero quedó parado junto a él.

 

 

Los médicos que lo asistieron nos dijeron: paro cardiaco no traumático irreversible a las maniobras de resucitación.

 

 

El viajero tenía otra teoría: En verdad era el hermano de Jesucristo que había sido aniquilado cuando quiso matar a un inocente presa de la ira.

 

 


Cero

 

 

El Viajero se despertó dentro de una de las cabinas de los cajeros automáticos. Calculó que era la media mañana por la altura del sol. Enrollo utilizado las frazadas y las sabanas que le servían de cama. Y las dejó para que las cuidara el Kiosquero. Fue caminando hasta la plaza Miserere y tomó el tren que iba a Moreno. En la misma esquina de siempre se encontró con aquel extraño ser que iba leyendo, cuando extendió la mano para pedirle una moneda, sin dejar de mirar el libro, le puso un sanguche de salame y queso sobre su palma.

 

 

Se bajó en Morón. Fue comiendo el sanguche mientras avanzaba por la calle Brown en sentido contrario a la circulación de los autos. Llegó a la plaza, caminó hacia la otra esquina y buscó la estatua del gallo. Detrás de él vio que en un banco estaba sentado José Cristóbal. Sabía que en esta bifurcación del espacio tiempo, José nunca había pensado que los Hums eran malos. Se sentó en el banco de la plaza al lado de él lo miró por un instante al rostro. Ojos buenos, pelo largo, barba tipo candado. Como siempre estaba mirando hacia adelante a un punto inexistente en el infinito. Cuando le devolvió la mirada, le dijo:

 

 

-¿Qué podemos hacer hoy para mejorar un poco más a los Hums? Vamos a discutirlo mientras nos comemos unos choripanes y esperamos a Pier Fourier.

 

 

 

 

CABA 25-11-13