La traviata

 

 

 

 

Me desperté y miré el reloj, eran las 6,14 hs. Inmediatamente dos cosas me vinieron a la cabeza: como hacia el cuerpo para despertarse un minuto antes que suene el despertador y por qué no compré un despertador que marcara 24 hs y no 12 como este, así sabría sin dudas que eran las 18 y 15. Me levanté, me tomé un mate y me puse a dar medio baño con una palangana; con la misma pava que echaba agua caliente a la palangana, me cebaba otro mate. Me pinté termino medio, debía llamar la atención pero no parecer una india en pie de guerra. Me puse unas calzas y arriba un vestido corto, por encima de todo un tapado negro para disimular. Cuando estaba saliendo entró Juancito, mi hijo. Le tengo dicho miles de veces que no se vista con ropa rotosa y remendada que parece un pibe de la villa. Pero no tengo tiempo para decírselo nuevamente porque estoy apurada, voy a perder el tren.

 

 

 

 

En otro sitio, un humilde empleado de oficina mira el reloj, faltan 15 minutos para que termine su jornada laboral. Se saca la corbata y la coloca dentro de su portafolio. Se mira la manos para constatar que no estén manchadas con tinta y se da cuenta que las uñas están un poco largas, saca el alicate de adentro del portafolios y se las corta mientras piensa que la mejor manera de tener las uñas limpias es teniéndolas cortas. Cuando termina le pasa cuidadosamente la lima para redondear el filo para que no lastimen. Tiene tiempo de sobra aunque debe pasar por su casa, bañarse y cambiar de ropa. Debe encontrarse con unos amigos para una despedida de soltero de un compañero de trabajo.

 

 

 

 

El tren Sarmiento está repleto pero es casi la única forma de viajar desde Moreno cuando uno quiere acercarse al centro. No se que me da más bronca, si viajar apretada o que me toquen el culo. En realidad creo que lo que me da bronca es que me toquen el culo y no me paguen por ello.

 

 

 

 

En otro sitio el empleado se ha bañado, perfumado y se ha vestido con campera y pantalones de jeans que a propósito están gastados y remendados. Se va a tomar un remise que es la mejor manera de viajar desde San Isidro cuando uno quiere acercarse al centro. Allí se encontrará con sus compañeros, aun no sabe donde irán para festejar la despedida de soltero. Espera que no se descontrolen como la otra vez que casi terminan todos presos. Por suerte la policía entendió que se trataban de unos muchachos buenos que estaban festejando y se habían pasado un poco.

 

 

Este es mi puesto de trabajo, cuando hay buen tiempo es hermoso trabajar al aire libre con la luna como iluminación y el planetario como telón de fondo además es un buen ejercicio, se camina bastante. El único problema es, y se los tengo que repetir miles de veces, que orinan en cualquier lado, tenemos que ser más organizados. La otra vez también pisé una cagada, no era de perro, esa era de humano, te arruina los tacos de la botas. Además algunos te pagan por chupártelas y no pueden estar tan sucias.

 

 

Me llaman La traviata porque, debido a mis rasgos recios, algunas veces me he hecho pasar por un travesti aunque realmente soy mujer. Digo que estoy operada, así amplío la clientela. Porque esos nos están desplazando con los clientes. No es justo. La otra vez estaba discutiendo el tema con Gracia. Ella opina que debe ser porque los travestis tienen mejor presencia, están mejor producidos, en cambio nosotras parecemos siempre cansadas, abatidas por la vida. Gracia sostiene que para mujeres cansadas se quedan en la casa. Dice que le gusta mi estilo. En realidad yo soy sobria para vestirme porque sino en el Sarmiento tengo que andar a los codazos si vengo con minifalda y botas de cuero por encima de la rodilla. A veces me pregunto si Gracia es una buena compañera o está algo enamorada de mí. Uno de estos días se lo voy a aclarar bien porque las tortillas por ahora no me gustan…por ahora.

 

 

 

 

Por otro lado Juan se ha encontrado con los compañeros. Son cuatro más el homenajeado que en un mes va a jugar para el equipo de los casados. El único de los cinco. Han ido a un restauran donde han comido como cerdos y chupado como esponjas. Según su propio diccionario es la definición de divertirse. También según su propio diccionario, alguno tiene que decir que la noche aun está en pañales y tiene que preguntar ahora qué hacemos para que alguno le responda: ahora nos vamos de putas. Y todos encaren para el bosque. Alguno de ellos había elaborado la teoría que un solo borracho se caía al piso y que dos borrachos abrazados oscilaban al caminar pero nunca llegaban a caerse. Otros habían perfeccionado la teoría diciendo que debía tratarse de un número par de personas, pero cinco personas eran un desastre.

 

 

 

 

Corre una brisa fresca acá en el bosque. Es mejor así no hay tanto olor a chivo entre los clientes ni tanto olor a concha entre nosotras. Me acerco al auto que se ha detenido y les hago la propuesta de tarifas y mis virtudes: la ovejita tomando agua, el sifoncito, ir por colectora, el beso atómico. Me preguntan si la trago o la escupo y yo les respondo que no la trago porque ese es el primer gesto de amor. Dan por sobrentendido que existen otros gestos de amor pero que no se los pienso decir o hacer. Me responden que suba pero que trate de no ensuciar las puertas del auto. Me llevan a dar una vuelta y al cabo de un tiempo regreso. Cuando me bajo del auto, qué casualidad, me encuentro con Roberto que es nuestro defensor de la ley y la justicia. Le contesto que si tanto le gusta la plata porque no se deja romper el culo él. Pero igual le pago porque una vez una de nosotras no le pagó por la protección y justo esa noche unos muchachos borrachos la cagaron a palos. Que no se mal entienda no me asusta que me peguen, más me ha golpeado la vida, pero con la cara hinchada no podés trabajar por diez o doce días y acá no hay seguro de desempleo. Allá a lo lejos veo a cinco clientes que se acercan. Vienen medio oscilantes pero la mira está fija en nosotras. Cuando llegan cerca uno que parece ser el más sobrio (o el menos borracho) nos encara averiguando posibilidades de grupal y tarifa del mismo. Me entero por un comentario entre ellos que se trata de una despedida de soltero y agarro viaje llevándome como acompañante a Gracia. Voy tranquila porque se que en una despedida de solteros la mayoría hacen una sola ronda, algunos se quedan dormidos, en el 50 por ciento de los casos el despedido le agarra remordimientos y no hace nada solo mira. Conclusión tenemos que luchar con dos. Y eso para Gracia y para mi es pan comido.

 

 

 

 

El departamento de uno de ellos queda relativamente cerca, tenemos que ir a pata. Gracia me comenta que pueden ser medio ratas porque andan a pie. Yo le contesto que no me puedo equivocar, por la forma de vestir, que solo andan a pata porque en Buenos Aires todo queda cerca y además con el pedo que tienen es mejor así. Puedo entrar en un departamento con cinco desconocidos pero me aterra viajar en un automóvil con alguien que está mamado.

 

 

 

 

La aventura tiene algo de rutinario. Un poco de música, nosotras dos bailando y luego toqueteandonos entre nosotras, un poco de toqueteo entre los invitados sin descuidar al homenajeado. Un poco más de whiski. Solo un poco, no tenemos que emborracharnos y mucho menos descomponernos. Apenas probamos un sorbo, hay que dejar que ellos sigan chupando. Con viento a favor se quedan dormidos o se van a vomitar al baño. Un poco más de toqueteo y algún chupeteo entre nosotras. Nunca entendí por qué a los hombres les gusta el juego que es más de lesbianas que de mujeres heterosexuales. Pero pagan. Este es el momento justo en que los hacemos participar. Un poco de succión. Acá hay que sacarse el pelo que nos cubre el rostro en un ademán hacia atrás y mirarlo a los ojos, esto también los atrae. Son tan previsibles. Mientras tanto los otros miran. Tal como lo había previsto, el homenajeado pasa, prefiere mirar que actuar. Así se siente menos culpable. Después todo acaba. Se quedan medio dormidos y yo les cobro y les digo que no se preocupen que conocemos el camino. Uno de ellos, el que se llama Juan, nos insiste en acompañarnos.

 

 

 

 

Ha refrescado un poco en la calle pero aun está agradable. Caminamos los tres por la solitaria calle. Aun es de noche pero no falta mucho. Gracia se ha adelantado y camina solitaria. Yo camino conversando con Juan. Normalmente no lo hago, prefiero no hablar con los clientes, solo lo necesario y mucho menos si se trata de conocernos interiormente. Prefiero hablar barbaridades y pronunciar palabras que asustarían a una maestra pero que en los hombres causa gracia y excita.  Tal vez sea porque me estoy asegurando un cliente o tal vez porque me ha caído en gracia.

 

 

 

 

La noche ya casi terminó, tal vez todavía quede tiempo para una chupada que es rápida y no hay necesidad de moverse del lugar. Cuando sale el sol es como si tocara el pito de la fábrica y nosotros las obreras dejamos de trabajar, nos tomamos un rico desayuno y emprendemos el regreso a nuestros hogares. Qué quilombo es regresar a Moreno en la madrugada. Lo único que tiene de bueno es que no viaja tanta gente y puedo ir sentada, posiblemente me saque los tacos agujas altos que me están matando y tal vez entorne un poco los ojos.

 

 

 

 

Un par de meses después mientras estoy desayunando con Gracia, me pregunta con toda curiosidad sobre el candidato que conocí en aquella despedida de soltero. Yo le comento que es un buen cliente que lo veo regularmente, que es bastante amable y muy conversador, que un par de veces me ha insinuado que deje esta profesión, que la verdad es que hasta lo paso bien mientras le brindo mis servicios. Pero lo que omito de comentarle es que me ha ofrecido compromiso y que si acepto el jueves este tengo que estar en el café La Paz que está en Corrientes a la seis de la tarde y el va a pasar a traerme un anillo. Omito este detalle porque seguramente va a opinar y va a terminar encaraginando aun más el despelote que tengo en el mate. ¿Qué hacer?

 

 

 

 

Es jueves, me despierto y lo primero que pienso es cómo hace el cuerpo para despertarse un minuto antes que suene el despertador. Me levanto y mientras me tomo unos mates pienso en la cara de Juan en el bar La Paz mirando el reloj y sentado solo en una mesa. Con una palangana me doy medio baño y luego me pinto sin mucho colorinche. Me pongo un top ajustado y unos pantalones blancos bastante traslucidos. También los tacos altos reglamentarios.

 

 

Mientras tanto en Buenos Aires, en la calle Corrientes, Juan caminaba rumbo al café La Paz. Mientras pensaba en su futuro, con la mano en el bolsillo de la campera, acariciaba una pequeña cajita en cuyo interior había un anillo. Al pasar por el café La Paz, justo miró para el lado de la calle para que no se viera su rostro desde adentro a través de las vidrieras y cuando llegó a la puerta de entrada…siguió de largo

 

 

Buenos Aires 25-9-07