La estación

 

 

 

 

 

La estación está exactamente igual como hace muchos años, nada ha cambiado. Posiblemente la gente que me rodea hoy no fuera la misma que hace años pero el número, la cantidad es básicamente la misma. Algunos cambios le hicieron en el hall de espera pero los andenes son atemporales, el tiempo posiblemente los ha hecho más negros con el hollín de los motores de las máquinas.

 

El transito me sorprende todos los días, cuando no llego media hora tarde, llego una hora antes que el horario de salida del tren. Qué hago con todo este tiempo que no estoy acostumbrado a tener. Muy lejos no me puedo ir. Hasta que cruzo la plaza y regreso, ya se pasó todo el tiempo, además cuando llegue Graciela, no me va a encontrar.

 

Como venía diciendo todo está igual y tampoco hay mucho para hacer en una estación. Me siento en uno de los bancos del andén que indica el tablero de los horarios que saldrá el tren que nos conducirá a Bahía Blanca. La primera media hora está pasando sin nada novedoso: gente que viene y va; trenes que vienen y van. Miro hacia el fondo del andén, hacia el lado que entra la gente, no hacia el lado donde se van los trenes. Mi atención es apresada por un movimiento que sale de toda esta rutina de años. Desde el fondo del andén se aproximan en la dirección donde yo estoy, una pareja de jóvenes seguidos de un grupo indeterminados de gente que le llevan las valijas y van discutiendo entre sí.

 

¿Por qué me llaman tanto la atención?.

 

Si alguna vez tuvieron la sensación de que algo que están viviendo ya ha sucedido no se imaginan la sensación de ver a alguien igual a uno mismo.

 

En realidad no era exactamente igual a mí, ni la chica que lo acompaña es exactamente igual que Graciela. El muchacho es igual a mí pero tiene más pelo que yo, más enrulado, no tiene barba, parece más firme y musculoso, tiene cara de descansado y de ilusiones. A su lado la “Graciela” que lo acompaña lleva cara de ilusiones y en la bolsa que lleva colgada del antebrazo, un Tapper y una mantequera de madera.

 

Por lo que escucho cuando pasan delante de mí y siguen hacia el tren, que ya ha detenido su marcha en el andén indicado, los que los acompañan son mitad amigos y mitad enemigos y ellos se están escapando hacia un lugar distante donde estar solos.

 

Me distraigo un instante del paso de los dos muchachos y vuelvo a mirar hacia el fondo del andén, miro el reloj en mi muñeca y vuelvo a mirar el fondo del andén.

 

¿Graciela perderá el tren? ¿Me encontrará entre toda esta gente? Vuelvo a mirar hacia el lado del tren y no veo más a los muchachos. Vuelvo a mirar hacia el fondo del andén y veo a Graciela que también me ha visto y me hace señas con la mano en alto. Le explico a Graciela que me siga, que tengo necesidad de sentarme al lado de esos dos muchachos.

 

Es inútil relatar todo el viaje desde Buenos Aires hasta Bahía Blanca pero durante la primer parte del viaje me limito a observarlos y hacer comentarios en vos baja a Graciela. Ellos están en su asiento tan abrazados que se confunden en una sola persona. Comen unas facturas y conversan en vos baja. Son novios que se conocieron en un trabajo en Buenos Aires que decidieron emprender dos aventuras: mudarse por unos años a Bahía Blanca y vivir juntos el resto de sus vidas. De a poco se van silenciando y finalmente se duermen junto con el resto de los pasajeros. Con Graciela terminamos de comer las facturas y nos abrazamos como “gatitos” y nos dormimos.

 

Cuando amanece, el tren entra en Bahía Blanca. Bajamos y los miramos por última vez. Graciela le está diciendo a Gustavo:

 

- ¿Y si nos equivocamos?

 

- No creo – responde Gustavo – estamos en Bahía Blanca.

 

Me acerco a ellos y les digo – No. No se equivocaron...

 

Ambos nos observan con esa mirada extrañada que solo tiene la gente joven y cuando me van a preguntar, continuo:

 

- No. No se equivocaron esta estación es Bahía Blanca.

 

- Vamos Gustavo – me dice Graciela agarrándome del brazo.

 

   

 

Gustavo Costas

 

17-9-02