He nacido dos veces

 

He nacido dos veces y seguiré naciendo hasta tanto haber completado mi obra. El hecho de tener carácter de eterno se debe pura y exclusivamente al azar.

Me hallaba en casa mirando mi biblioteca de la cual estaba orgulloso porque era bastante completa y extensa. Era una de esas noches en las que el sueño no llega y uno se desvela de solo recordar todo lo que ha vivido. Recorría con la mirada cada uno de los lomos de los libros que había sobre los estantes de mi biblioteca. No había ninguno que me entusiasmara por lo que elegí alguno al azar, lo ojeé y luego lo volví a dejar en su lugar. Repetí esta acción un par de veces como en forma automática. Entonces me di cuenta que algunos libros refieren a otros y estos a su vez a terceros. Decidí, entonces, emprender el peregrinaje como lector por toda la biblioteca. Al cabo de unas horas me di cuenta que todos conducían a uno solo, uno viejo, de tamaño regular que se hallaba como escondido en uno de los laterales de la biblioteca que por las noches no es iluminada en su totalidad por la luz central de la habitación y que en el día, parte del cortinado lo deja oculto en semipenumbra.

Lo saqué de su sitio y me senté en el sillón que está cerca, bajo la luz de una lámpara de pie, con el fin de que sirva para pasar largas jornadas leyendo o estudiando. Precisamente eso era lo que estaba dispuesto a hacer, pasarme leyendo hasta terminar de leer el libro.

Leí el título, se llamaba Vademécum... pero fue lo último que leí de él. Sonó el timbre de mi teléfono celular. Cerré el libro y lo dejé sobre la mesita auxiliar. Ya sabía de antemano que ese iba a ser el último minuto que pasara en mi biblioteca. No era adivino, solo que jamás me habían llamado al celular para otra cosa que no fuera trabajar. Me necesitaban de urgencia por un accidente, estuve toda la noche operando y al finalizar me di una rápida ducha, me cambié de ambo y me fui al Hospital. Con el transcurso del día, mi curiosidad acerca del contenido de ese libro fue en aumento. Cuando llegué de nuevo a mi casa, todo estaba tal cual lo había dejado, cuando prendí la luz de la biblioteca no utilicé la de arriba sino la de la lámpara de pie que iluminó en forma directa sobre la mesita auxiliar donde el libro que había apartado estaba todavía a la espera que yo lo leyera. Lo primero que me llamó la atención es que nunca hubiera reparado en él, era como si alguien lo hubiera puesto en ese estante minutos antes que yo lo encontrara. Lo segundo que me llamó la atención fue que pese a que por fuera no era muy grande por dentro daba la sensación que el contenido era vastísimo. Esto se debía a que se hallaba escrito en un papel extremadamente delgado y cada hoja parecía, a su vez, desdoblarse en otras. Como breve comentario en las páginas iniciales se leía: este es el manual con los fragmentos que juzgué más interesantes de la gran biblioteca que algunos llaman de Babel y otros de Miserkarpl. Esta biblioteca está formada por los libros obtenidos por las múltiples combinaciones de las letras del alfabeto. Y en ella está registrado todo lo que es dable expresar en cualquiera de los idiomas pasados, presentes y futuros. Y sin más, comenzaba con el alfabeto, luego había combinaciones de dos letras, luego de tres letras, luego de cuatro, de cinco y así en incremento. De repente la numeración de las páginas saltaba como si faltaran hojas y de las combinaciones de letras saltan a las combinaciones de palabras; por el momento sin ninguna coherencia. Luego de varias páginas, donde las escrituras son caóticas, otro salto nos lleva a frases con relativa coherencia aunque simple en su contenido.

Hice un alto en la lectura y anoté en un talonario que estaba en la mesita al lado del sillón en el que estaba cómodamente sentado. En los papeles registré: averiguar cuando compré este libro llamado Vademécum, averiguar donde se halla o hallaba la Biblioteca  de Babel,  y finalizaba la anotación con la frase: Todo lo que es dable expresar en cualquier idioma.

Continué investigando el contenido de tan extraño libro. No podía extractar nada que realmente resultara interesante en todo lo que ávidamente estaba leyendo. Hice un alto para descansar los ojos y activar más la imaginación. Al mismo tiempo repasé las anotaciones. No recordaba si alguna vez había comprado este libro. Tal vez, pensé, debo haber comprado un lote de libros en el que vino este y pasó desapercibido durante años hasta que sin rumbo fijo en la lectura lo hallé. Era lo más acertado en pensar, otra posibilidad (la más estrafalaria) era pensar que alguien lo había puesto allí instantes antes que yo lo encontrara. Por supuesto que la descarté de inmediato. En cuanto a la Biblioteca de Babel, me resultaba familiar dicho título aunque no me parecía estar relacionado con las 7 maravillas del mundo... o eran 5... No me acuerdo. Tal vez sea eso, alguna vez la escuché nombrar pero me olvidé parcialmente. En cuanto a la frase todo lo que es dable expresar en cualquier idioma. Veamos si la biblioteca de la cual este libro funciona como resumen es tan basta porque los libros contienen todas la combinaciones posibles de las letras del alfabeto quiere decir que todo la historia, todas las frases y todo lo que uno puede imaginar está ya previsto en alguna de las páginas de esta biblioteca. Quiere decir que la biblioteca es tan basta en los conocimientos que cualquier pregunta que nos hagamos va a tener una respuesta en alguno de los infinitos libros de la biblioteca.

Es evidente que una biblioteca así tiene que ser de una dimensión bastante considerable y debería conocerla porque en algún libro debería constar.

Volví a consultar en algunos libros en mi extensa biblioteca. Solo encontré una referencia de la Biblioteca de Babel en un libro de Borges. Cuando leí el cuento pensé que el libro Vademécum había sido escrito por alguien que no tenía nada que hacer y encima ni siquiera era original porque ya había sido descrito por varios escritores entre los cuales figuraba Jorge Luis Borges. Sin más dejé de lado todo lo referente a esta biblioteca y el libro fue a parar al mismo estante de donde lo saqué a la espera que otra persona lo descubriera por casualidad.

Luego de esto me olvidé del tema que años más tarde saldría a relucir en circunstancias totalmente diferentes.

Me hallaba de viaje en uno de esos congresos donde la organización también roza con lo turístico porque se hace en un gran hotel con todas las luces en un lugar próximo al mar o a las sierras. Este año había tocado el noroeste.

En los momentos que quedaban libres ya sea al medio día, en la hora del almuerzo, o por la tarde, al finalizar la jornada, me dedicaba a conocer el lugar.

Me hallaba en una excursión guiada donde estaba aprendiendo las mil y una cosas que se puede hacer con barro y piedras. El atardecer aún conservaba el aire cálido que me ponía al borde de quedarme dormido. Menos mal, pensé, que vine solo a esta excursión; mis compañeros siempre me cargaban con la facilidad que tenía en las guardias de dormirme parado. Uno de los que integraban el contingente me recomendó que para el sopor que sentía lo indicado fuera un té de coca. Le agradecí pero pensé que por el contrario me iba a dormir más y, tal vez, hasta tuviera visiones. Volví a conectarme con la realidad y el guía estaba explicando que lo que estábamos viendo eran las ruinas de la más grande biblioteca  de la época del imperio. Hasta ese momento había estado de espalda al guía y a la supuesta entrada a la biblioteca. Giré justo en el momento que el guía pronunciaba el nombre de Babel. Esta palabra me trajo a la memoria toda la historia de la biblioteca de Babel que había leído años atrás. En el momento que giraba pareció que todo el paisaje seguía dando vueltas. Me encontré de frente con una pared de piedra en lo que era la puerta de la biblioteca pero no me golpeé con ella sino que pareció que la mano que extendiera para protegerme, atravesara el muro sin golpear contra él. Pero yo si golpeé, contra el suelo luego de atravesar íntegramente aquel extraño muro. Me levanté lentamente por si aún seguía mareado entonces vi que el muro que había frente a mis ojos estaba lleno de libros. Me acerqué y tomé uno de ellos, lo abrí y en la carátula de la primera hoja decía Biblioteca de Babel, catálogo general, tomo 25.673. La encontré, pensé, pero en realidad ella me había encontrado a mí porque cuando me di vuelta para comunicárselo al resto del contingente, me di cuenta que el muro por donde había ingresado era sólido y no me permitía regresar al exterior.

 

El hecho que no pudiera salir de esta biblioteca quedó eclipsado precisamente  por el hecho que estuviera dentro de la biblioteca. No había enloquecido, por lo menos por ahora. Es difícil comprender la grandiosidad de una biblioteca en la que toda la sabiduría de todos los tiempos estuviera comprendida en ella. Lo primero que hice fue investigar las aberturas que estaban alrededor de esa sala. La sala era un hexágono en las que cuatro paredes estaban revestidas por estantes que a su vez estaban llenos de libros, todos iguales cuya única diferencia eran los datos en los lomos de ellos. Las otras dos paredes, las que no estaban cubiertas por libros, comunicaban hacia un lado y hacia otro a dos pasillos cuadrados y estos a su vez a otros hexágonos también con libros. Estos pasillos tenían dos puertas en sus paredes laterales. Por una se accedía a una especie de habitación en donde se podía dormir en una cama de piedra y un baño rudimentario alcanzaba para las necesidades básicas. En la puerta de enfrente había una pequeña sala con una mesa también de piedra y una especie de heladera frízer combinada con una especie de microondas. Cada diez hexágonos con sus correspondientes pasillos, había una escalera de caracol que subía a un piso totalmente igual al anterior. Y a otro superior, también igual y así periódicamente.

Giré sobre mí mismo y me abalancé sobre la pared por la que había entrado y la golpeé con fuerza pero con  impotencia. De nada servía haber encontrado la biblioteca si estaba atrapado dentro de ella. La golpeé con fuerza hasta sentir el dolor de las escoriaciones en mis manos. Me quedé parado mirando hacia el piso. Luego pensé que la entrada (o la salida, depende de donde se la mire) debía estar frente a donde estuviera el tomo uno. Comencé a caminar en el sentido hacia donde disminuía el número de los tomos. Y caminé y caminé. Con el tiempo llegué a acostumbrarme a la idea de vivir toda mi vida dentro de esta biblioteca. Cada tanto detenía mi marcha, me sentaba a descansar y a comer. Nunca supe que era la comida, pero era rica y además lo único que había. También dormí pero pese a que las camas no parecían cómodas jamás me dolió la espalda. De vez en cuando, cuando me aburría de caminar y de solo escuchar mis pasos que parecían volver desde el fondo del pasillo, tomaba alguno de los libros y los ojeaba ligeramente. Muchas veces había narraciones incomprensibles que no sabía si eran en otro idioma o si era solamente la combinación de las letras del alfabeto sin sentido alguno. En una oportunidad al revisar un libro encontré la biografía  de un ser de una raza llamada bibliófilos pero con fecha futura, es decir de alguien que todavía no había nacido.

Continué caminando.

Al cabo de un año ingresé en un hexágono que se hallaba totalmente vacío, solo un libro tirado en el piso. Recorrí totalmente los estantes y nada. Levanté y hojeé detenidamente el único libro que se hallaba en el piso tenía la certeza que en él hallaría las claves sobre la biblioteca y los por qué este hexágono se hallaba vacío. El libro solo hablaba incoherencias. Apenas dos hojas tenían frases verdaderamente legibles. Una en castellano mezclado con portugués que relataba las luchas entre dos pueblos, uno que sostenía que la lectura de los libros nos iba a dar todas las claves y otros que sostenían que el conocimiento total solo estaba reservado a Dios y por lo tanto los libros no debían ser leídos. La otra frase escrita en castellano antiguo hablaba sobre tareas encomendadas al hombre por el creador entre ellas figuraba el arca de Noé y la biblioteca de Babel.

De repente sentí un ruido que interrumpió mi lectura era como si alguien hubiera caído por una escalera. Corrí hasta la escalera más cercana y nada. Corrí hacia otra más lejana y nada. Me detuve a meditar que en la completa soledad y silencio de esa biblioteca, ese sonido podía provenir de kilómetros de distancia. Pero una cosa era seguro: en los varios hexágonos que pasé corriendo, no vi un solo libro. En realidad, dos porque el sonido me daba la certeza que no estaba solo, por lo menos dos personas habitaban esa biblioteca en la actualidad. Continué caminando.

Al cabo de un año ingresé en un hexágono que tenía libros en sus estantes. Revisé también que hubiera una cama en la pequeña habitación y comida en la conservadora. Agarré el primer libro que estaba al alcance de mi mano y me senté a comer y a leer. En este libro relataba las vidas de un ser humano que volvía a nacer hasta completar su obra y relataba las diferentes vidas. Había sido médico, investigador de lo sobrenatural, investigador privado, y otras vidas más. Advertí, al acomodar el libro en el estante, que los números en el lomo iban en aumento y a medida que caminaba y pasaba de un hexágono a otro, seguían en aumento. Al principio me dejó extrañado pero luego pensé que la única explicación era que, en el supuesto que alguna vez la biblioteca estuviera totalmente llena, en la parte de libros que faltaba se hallaba el tomo uno y que luego volvía a aumentar es decir que la biblioteca era cíclica. ¿Sería, tal vez, periódica? Seguí caminando.

Al cabo de un año ingresé en un hexágono que me resultó conocido; al examinarlo con detenimiento me di cuenta por qué: en uno de los estantes había un libro que en el lomo decía 25.673. Al principio pensé que coincidía con mi teoría que la biblioteca era periódica pero luego me di cuenta que era circular. Al observar con mayor detenimiento la pared que había frente a estos estantes, vi que estaba manchada con algunas gotas de sangre que habían quedado cuando, al golpearlas hace dos años, me había lastimado.

De pronto sentí ruidos a mis espaldas. Inmediatamente me di vuelta y me encontré a pocos metros de un ser extraño. Pelado, de cabeza prominente, ojos grandes, cuerpo pequeño miembros inferiores largos. No supe qué decir, solo atiné a mostrar la palma de las dos manos y en vos baja pronuncié: no me temas soy inofensivo.

-         Hola, no te tengo miedo. Solo temo a los bibliófilos. Primero quería estar seguro que no eras un bibliófilo.

-         ¿Quién sos?

-         Yo también soy un bibliófilo.

-         Pero... no entiendo.

-         Claro. Hay una parte de la historia que no conocés.

Entonces comenzó a narrarme la historia.

Los bibliófilos eran seres habitantes de Miserkarpl. Que fueron encerrados en esta gran biblioteca para que trabajando en conjunto escribieran los libros que la compondrían. Con el tiempo la biblioteca estuvo terminada y los bibliófilos habían modificado sus cuerpos para adaptarse a subir y bajar escaleras, recorrer innumerables hexágonos y escribir miles de tomos. Luego se dieron cuenta que no podían vivir en otro sitio que no fuera la biblioteca por lo que continuaron transitando los pasillos de esta enorme biblioteca pese a haber concluido con su función específica. Cuando pasaron varias generaciones y la de los escritores había desaparecido en su totalidad, comenzó a formarse la generación de los lectores. Esta estaba más próxima a una secta religiosa que a un oficio propiamente dicho. Estos lectores sostenían que, dado que los libros contenían todo el conocimiento que era dable expresar con los símbolos ortográficos, su sola lectura haría que todos tuviéramos la suma de los conocimientos universales. Y, a partir de esta agrupación, surgió por escisión un nuevo grupo que sostenía que el conocimiento universal equiparaba a la persona a un Dios por lo cual esto debía impedirse. Al principio como la biblioteca era amplia, los grupos convivieron en perfecta armonía... mientras no se encontraran.

Con el tiempo tanto la población de lectores como la de libros fue disminuyendo. Cuando se encontraban los dos grupos se golpeaban hasta darse muerte y luego  arrojaban los cadáveres por el conducto de ventilación.


 

Guerra en los hexágonos

 

Caminaba por lo hexágonos junto al bibliófilo. Creo haber dicho que la Gran Biblioteca, o de Babel, o de Miserkarpl, está integrada por un número infinito de hexágonos con cuatro paredes con anaqueles que están ocupados por los tomos que están compuestos por las combinaciones de las letras y que esas combinaciones hacen que la biblioteca tenga la particularidad que exprese todas las posibilidades de todos los idiomas pasados, presentes y futuros. Que diga todo lo que el ser humano ha dicho, dice y dirá durante su existencia.

Y todo esto que a todo el mundo debiera alegrar, era justamente lo que había desencadenado los enfrentamientos entre estos dos grupos.

Después del hexágono, como se venía repitiendo periódicamente, había un pasillo  a los costados había una mesa de piedra y la posibilidad de descongelar y calentar comida. Decidimos sentarnos con mi compañero bibliófilo, y reponer energías.

Aproveché la ocasión para interrogar a mi compañero de ruta que pese a que era de pocas palabras, tenía una vasta experiencia por todo lo que había escrito y todo lo que había leído.

De a poco fue entrando en el tema, era indudable que de lo mucho pero casi único que sabía era de libros y escaleras. Me estuvo haciendo un breve relato sobre cómo estos humanos fueron transformando su aspecto debido a dedicarse toda la vida a caminar, subir escaleras y escribir. Me contó, también, como circulaba de generación en generación la historia de cuando fueron encerrados en esta inmensa biblioteca y de cómo todos tendrían una vida extra luego de dedicar toda una vida a escribir. Me contó, no sin demostrar cierta tristeza, como este pueblo se fue separando en dos grupos perfectamente definidos y otro grupo de menos definidos  que no estaban ni a favor ni en contra de los dos grupos anteriores. El primer grupo que surgió fue el que consideró que la biblioteca poseía el conocimiento total y las respuestas a preguntas que ni siquiera se habían formulado, que el conocimiento total debía ser para todos y que todos debían leer los libros. El segundo grupo consideraban que la suma de todos los conocimientos debía solo estar reservado para Dios. Ambos grupos comenzaron a leer y evaluar libros, unos eliminaban los inútiles y otros eliminaban los que parecían tener alguna clave de la existencia de Dios. Cuando se encontraban los dos grupos, se enfrentaban en una extraña guerra que se denominó “de los Hexágonos”.

Contrariamente a los que hacía suponer el enfrentamiento, la mayoría de las bajas se contó entre el tercer grupo: el de los que no estaban a favor ni en contra. Este supuesto grupo neutral, fue el más desbastado, porque cuando se encontraban con los otros, los eliminaban ante la duda de qué lugar estaban. Eran llamados los Tibios.

Seguimos caminando luego de comer.

Continuó con su relato que más bien parecía una reflexión hacia él mismo. La guerra costó muchas vidas pero fundamentalmente: costó muchos tomos de la biblioteca que serían irrecuperables aunque muchos sostenían que debido a la bastedad de la biblioteca, tal vez otro libro solo diferiría en un espacio o una coma, que a los efectos prácticos, la destrucción de parte de la Biblioteca por cualquier humano, no incidía mayormente en el contenido sustancial.

Pero la aniquilación de los bibliófilos, durante años, sí condujo a una notoria diferencia. Ya no era tan común el encuentro entre los dos grupos y en cuanto al tercero, algunos coincidían en decir que solo se trataba de una leyenda pero que nadie en su vida había estado con un neutral.

Me contó también que dado que la biblioteca era completa, no faltaba entonces el resumen del catálogo del resumen de todos los libros de toda la biblioteca y este era un libro muy preciado que nadie había encontrado y es más muchos dudaban de su existencia. Un solo libro que haberlo leído completo fuera como haber leído toda la biblioteca, que fuera como la suma del conocimiento total.

Continuamos caminando, a veces es curioso cómo se pierde la noción de la distancia cuando se camina por pasillos monótonos cuando se repite sistemática y periódicamente un hexágono y un pasillo y vuelta otra vez un hexágono y un pasillo. En este sentido uno más bien se guía no por la vista sino por el cansancio que va apareciendo al trasladarse de un lugar a otro. El bibliófilo me había propuesto caminar en dirección al centro de uno de los infinitos pisos que constituía la gran biblioteca. No sé cómo se orientaba para saber hacia qué lado quedaba el centro del piso, él argumentaba que podía percibir la tenue curvatura que sufrían los pasillos circunferenciales a diferencia de la rectitud que presentaban los radiales. No era mi caso que pensaba que todos los pasillos eran rectos y que, a su vez, cada uno de los hexágonos era el centro de toda la biblioteca.

Mientras caminábamos, el silencio solo era interrumpido por nuestros pasos que a su vez eran imitados a la lejanía por los ecos que le hacían coro y ampliaba el número de dos a una multitud.

Por momentos, como si recordara o exteriorizara un relato que transcurría en su interior, decía en vos alta para que lo escucharan las paredes y, si estaba atento, para mí también: … hay varias historias que han transcurrido por la biblioteca y el tiempo, transmitiéndose de boca en boca; muchas deben ser opiniones personales y otras, deben ser incomprobables. La biblioteca es total pero pese a su bastedad, en algún momento finaliza, existe un hexágono donde los libros presentan las leyes del universo, existe un libro que es el perfecto compendio de toda la biblioteca, y, finalmente, en toda la biblioteca no existe ningún libro que mencione a Miserkarpl que es el planeta (o pueblo) del que provenían los bibliófilos; dato curioso si pensamos que la biblioteca es total.

Continuamos caminando.

Cada tanto verificábamos si había comida en los pasillos que unían dos hexágonos.

Me explicó que el número de tomos había disminuido significativamente a raíz de esta guerra, los buscadores que eran los que querían tener el conocimiento general, entraban a un hexágono tomaban al azar un par de libros, revisaban sus páginas ligeramente y entonces decidían que era inútil por lo que condenaban todo el anaquel a ser destruido arrojándolos por los tubos de ventilación. Los protectores, que eran los que querían preservar a todos del conocimiento que solo estaba reservado a Dios, entraban a un hexágono revisaban algunos libros%