COMO TODOS LOS CUENTOS

 

Había una vez un rey en un país muy lejano. Era un país donde la gente vivía cien años. Algunos decían que vivir esa cantidad de años era en premio de algo; otros, por el contrario, sostenían que era en castigo de algo.

 

Un día a ese rey se le ocurrió hacer una gran fiesta para diversión del pueblo. La fiesta debía durar 10 años y ser a todo lujo.

 

Al principio a los asesores del castillo no les pareció una buena idea y se limitaron a estudiar los pro y las contras. El rey, conocedor de las grandezas y las bajezas del pueblo, hizo que esta novedad “trascendiera como al descuido” entre la gente más “influyente” del pueblo. Tal como lo supuso la noticia se difundió bastante rápido y a los pocos días todo el mundo hablaba de la gran fiesta en tono afirmativo. Solo quedaba una duda acerca de la financiación de la fiesta tan popular.

 

    -No se preocupen – repetía el rey cuando se le preguntaba del tema – Iré vendiendo poco a poco los muebles del castillo, las joyas que me dejó mi abuela y, si es necesario, parte del castillo.

 

No hubo más dudas. Tácitamente todo el mundo estuvo de acuerdo con hacer una fiesta que durara diez años.

 

Y la fiesta comenzó y fue a todo... lujo. Hubo algunos problemas que se fueron solucionando sobre la marcha. Nadie protestó, ya que es sabido que en toda fiesta demasiado grande  siempre algo falla. Como el salón de fiestas no alcanzaba con el tamaño, se decidió que los más pudientes, pudieran comer y bailar en el salón de fiestas y los menos pudientes lo hicieran en la cocina, total comer en la cocina es tan familiar y el rey los consideraba como hermanitos. Con la comida también hubo problemas; no es que no alcanzara pero como no hacían tan rápido con la distribución, se decidió que primero le sirvieran a los más pudientes y lo que sobraba de estos, se regresara a la cocina donde lo comerían los menos pudientes. Me acuerdo haber escuchado acá en la cocina que una persona justificaba que era mejor comer sobra de caviar que una papa toda entera. Con el baile no hubo tanto problema: los menos pudientes no sabían bailar (tantos años preocupados por subsistir que no les había quedado tiempo para aprender) así que no tuvieron inconveniente en continuar en la cocina para que no se note que no sabían disfrutar de un baile. Pero no querían quedar tan excluidos entonces espiaban por las hendijas de las puertas o cuando un cortinado quedaba levemente corrido. ¡Cómo disfrutaban ver a los más pudientes disfrutar! Esto también generó un problema ya que no podían espiar todos al mismo tiempo. Pero por suerte alguien previó la necesidad y la subsanó. Comenzaron a distribuir unas revistas muy lindas que se llamaban... a ver si me sale: C... A... Bueno lo que pasa es que no sé leer estuve ocupado trabajando y no me quedó tiempo para ir a la escuela. Como decía eran muy lindas, con muchas fotos y colores. En ellas mostraban como se divertían en el salón de fiestas y así nosotros también nos divertimos viéndolos en las revistas acá en la cocina.

 

Aunque no lo crean, la fiesta duró diez años tal como estaba previsto. En la mitad el rey nos habló a todos y todos le anotamos en un papelito que estabamos de acuerdo con que la fiesta siguiera. Pero esta segunda etapa no fue tan divertida. No hubo tanta comida y entonces los de la cocina nos subdividimos: algunos comíamos las sobras que venían del salón de fiestas y otros comíamos de las sobras que habían sobrado de la cocina. Las revistas tampoco venían interesante porque como un baile en diez años se puede repetir casi infinitamente, las revistas comenzaron a ahorrar y volvían a publicar fotos que ya habíamos visto dos o tres veces. Y además cuando terminó la fiesta tuvimos que lavar la vajilla y recoger los restos tirados en el piso del salón de fiestas. Era comprensible los menos pudientes no sabían bailar y los más pudientes no sabían lavar platos. Y encima lo tuvimos que hacer a la intemperie porque cuando terminó, como se había vendido parte del castillo, habían vendido la parte de la cocina para conservar la parte del salón.

 

Y para finalizar debo decir una moraleja aunque me avisaron que este relato no debe tener moraleja porque no es una fábula porque en ella hay animales que hablan y cuentan la historia. Entonces la digo de todas maneras. MORALEJA: ... no sé qué... que cien volando.

 

Gustavo Costas

 

9-9-02